Casi dos semanas más tarde, y sin tiempos disponibles para desarrollar
in extenso, algunos apuntes a manera de clausura “oficial”.
Respirar. Cena en el porche de casa, se escuchan hasta las estrellas. Invitados inesperados pero muy queridos asoman al frescor y arriman sillas. Hay mucho para hablar pero, a veces, un silencio cargado de afecto es más elocuente.
Que ese plano secuencia transcurra en Tailandia, lindante a la jungla, y que los que se acercan a la velada familiar sean fantasmas, espíritus presentes por obra de una rara magia de este mundo, es lo de menos: estuve allí, respiré con ellos.
El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, invita sin tironear a una realidad de dulces misterios ubicados en el corazón de la más rancia rutina, y si te enganchás, te enganchás. Apichatpong Weerasethakul es Lumière y Méliès al mismo tiempo.
Donde el rock vive. Un amigo me contó que, en uno de esos programas de boludeo mañanero en la Rock & Pop, Ernestina Pais y sus coequipers se burlaban del Bafici resumiéndolo como poco menos que un lugar donde la gente va y se
clava unas iraníes aburridísimas. No sorprende. Es más fácil ningunear lo que no te molestás en conocer. Lo triste es enunciarlo desde un tono canchero que se pretende contracultural.
Otra vivencia física. En las antípodas del goce epicúreo de
13 Assassins, una experiencia de esas que se vive con todo el cuerpo. Pero nada de catarsis aquí, porque cuando acaba nos vamos bien contracturados.
Todo
Essential Killing es la dolorosa fuga del héroe, de la aridez montañosa a la nieve quemante, acosado por perros de presa, helicópteros y “guantanameños” (defínase así a los militares que post
nineeleven torturan en centros de detención). Hacernos sufrir por él cada minuto de hambre, balas, desprecio y frío, es el gran logro de esta película.
Iraquíes, afganos, y aledaños suelen limitarse a ser una masa indiferenciada de muñequitos a ser abatidos por el “Eje del Bien”: bienvenida, entonces, la ruptura del estereotipo.
Porque con Rambo nos han acostumbrado a empatizar, pero con un terrorista talibán…
Un cineasta precintado. Hay que andarse con cuidado, porque el consenso crítico es total: Godard está más allá de todo, en el cielo y con diamantes. Consignar humildemente en ciertos lugares que
Film Socialism a uno le ha parecido un bodoque, una superficie digital sobrevolada por un tono solemne, implica el riesgo de ser excomulgado del colectivo imaginario “Los que
saben de Cine” y que te manden a opinar al desierto.
Pinta tu aldea. Si
About Elly, un thriller psicológico iraní muy por afuera de la imagen canónica que guardamos de ese cine, presentaba otra alternativa formal, más genérica e igualmente política por elevación,
Nader and Simin, a separation, sumando tropos de melodrama familiar y de películas de juicio, consolida y sube la apuesta.
La trama de la separación de la pareja enhebra paso a paso, con guión de hierro y puesta en escena perfecta en su generación de ambigüedad, un paneo por los conflictos religiosos, de clase, de género y de administración de la justicia. Pero todo muy sutil, en medio del suspenso y de unos personajes a los que les creés y les desconfiás al mismo tiempo.
(Me vino a la cabeza Buñuel, su manera de cultivar lo sugerido para eludir la censura)
En un país donde un cineasta, filmando historias apenitas más explícitas en su crítica al poder, recibe barrotes y prohibición de seguir, la película de Asghar Farhadi puede pensarse como un camino posible.
Decepciones (1). The Shooting (1967) es el desglose de una trama básica de western (la persecución de un asesino por motivos de venganza a través de distintos escenarios, como en
True Grit, la última de los Coen), rearmada con la distancia y la extrañeza de un cuento de Borges.
Two-Lane Backtop (1971) es la mejor película de carreteras porque, entre otras cosas, supera la necesidad de llegar a algún lado. Así, uno puede, simplemente, entregarse a la sensualidad motora de su discurrir.
Consciente de ello o no, Monte Hellman, desde una gloriosa clase “B” trascendía los géneros.
¿Que ambas se pasaron hace unos cuantos Baficis? ¿Qué la de esta edición,
Road to nowhere, se mete con el cine negro? Alta expectativa por el regreso del veterano luego de veintipico de años sin filmar.
Pero ay, muchas muñecas rusas (la película dentro de la película dentro de la…) y un nivel asfixiante de autoconciencia en el relato y en los personajes, dos excesos que asolan demasiadas producciones, intentan -desde una mirada casi entomológica- hacer pasar por estudio de elementos genéricos lo que no es más que puro desangelamiento. Ni distancia ni cercanía. Nada.
Botón de rulo (autoconciente): el protagonista, un director de cine cuyas iniciales son M. H. filma –upalalá- Road to Nowhere y se la pasa mirando
The lady Eve,
El Séptimo Sello,
El espíritu de la colmena, con comentarios de tipo: “
fucking masterpiece”.
Ah, y el corte de cara de las dos actrices principales (rubia y morocha) remite irremisiblemente a
Mulholland Drive de Lynch.
Se puede jugar una especie de Buscando a Wally cinéfilo con este artefacto. Seguiría quedando insípido, no obstante.
Decepciones (2). Otra que esperaba con ganas, a la luz de lo que había hecho su directora con el cuento clásico Barbazul. Pero la sutil perversión cedió lugar al manual de psicoanálisis.
La belle endormie de Catherine Breillat está inflada de conceptos que van para ese lado y que unos cuantos conocidos míos amarían interpretar.
Decepciones (3). La de Chad,
Un homme qui crie, me defraudó; y si lo hizo fue porque a priori esperaba algo mejor.
Darrat, la anterior del mismo director contaba una historia de venganza adolescente a partir de una amnistía gubernamental; la increíble presencia del (no) actor protagonista, sumado a unas imagenes despojadas de embellecimiento de la miseria, lograban nuestra empatía genuina con su tremendo dilema moral. Hasta destilaba algo de las tragedias griegas filmadas por Pasolini.
Un homme… ya corrige la anomalía con, por ejemplo, primerísimos planos de personas llorando para la manipulación emocional del espectador y su inducción a la piedad. Chau, Mahamat-Saleh Haroun.
Películas argentinas. En relación al cine de nuestro país, el Bafici sigue funcionándome como el lugar virtual en el cual debates y polémicas me ayudan a decidir qué películas terminaré viendo durante el año (dentro de una oferta nacional mayoritariamente inocua). Conque,
Yatasto y
El estudiante: cuando las vea les cuento.

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