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En nuestro vernáculo Pumper Nic, mientras te comías unas Frenys y tu alimentación iba seteándose en forma inconsciente para el desembarco de Mc Donalds, podías observar una galería de fotos que engalanaban el lugar. Sumadas a la tenue iluminación del salón, generaban la percepción de algo mullido y agradable, daba ganas de estar allí.
Es que esas imágenes de campesinos, chicos descalzos a la vera de un camino y gauchos de arrugada tez, tan calculadamente compuestas en contrastado blanco y negro por el chaqueño internacional Pedro Luis Raota, eran bellas.
Limitado en ese momento a engullir mis hamburguesas y a soñar con las chicas que me gustaban, sólo años después, al volver a toparme con algunas de las fotos, pude percibir retrospectivamente que sí, que eran “bellas”, pero en un sentido abyecto: se convertía a los pobres en íconos hermosos y deshistorizados, acomodándolos en el estante del tipismo for export.
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Desde siempre, nuestra percepción de la realidad latinoamericana (o asiática) viene contaminada por este tipo de operaciones est(no)éticas. Babel o Slumdog Millionaire, por dar ejemplos cinematográficos recientes, descienden de esa prosapia.
Y temía lo peor cuando el domingo pasado fui a la muestra fotográfica del norteamericano Steve McCurry en el Centro Cultural Borges, sobre todo por la lectura de artículos previos que lo sindicaban más o menos como un Indiana Jones de la Nacional Geographic, capaz de disfrazarse para cruzar fronteras peligrosas y esconder fotos cosiéndolas a su ropa, de cubrir conflictos como Irán-Irak, Beirut y la desintegración de Yugoslavia, o de hacer más de 75 viajes por India, Nepal y el Tibet para retratar monasterios y monjes budistas. Uf, demasiada leyenda…
Sin embargo, debí rendirme ante la evidencia. Sus fotos denotaban circunstancias históricas precisas y aludían a tragedias colectivas a partir de potentes retratos individuales que no caían ni en el miserabilismo ni en la pasteurización.
Aquel famoso de la refugiada niña afgana con sus ojazos verdes, al que a priori lo sospechaba de exotismo, no te deja indemne: enfrentar esa mirada que proyecta un mix de debilidad y orgullo resistente conmociona de verdad, y es mérito del artista, que estuvo allí e intuyó el momento preciso para captarla.
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El de esa técnica de pesca en la costa de Sri-Lanka podrá inmortalizar una tradición destinada a perderse, pero las preguntas que surgen son otras: ¿dónde está ubicada la cámara de McCurry? ¿cómo logra semejante cualidad pictórica capaz de hacernos desestimar, hasta que nos acercamos demasiado, su condición de fotografía y hacernos apostar que es un lienzo pintado a la témpera?
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Entre la cotidianeidad de dos ferroviarios y el mármol del Taj Mahal como telón de fondo onírico, la imagen “bella” se poluye con el humo negro de la locomotora. Sudor laboral + palacio legendario + suciedad de lo real.
Este encuadre de la escuela para chicos refugiados en Bamiyán (ciudad ubicada en el centro de Afganistán) permite entreverlos inquietos, con miradas tal vez saludablemente desconfiadas. Me recuerdan las películas de Abbas Kiarostami, en especial esa sutil saga de la resistencia infantil al autoritarismo adulto llamada ¿Dónde está la casa de mi amigo?.
Puede resultar una nota al pie saber que pertenecen a la etnia hazara, discriminada y agredida por los talibanes , y que Steve McCurry interviene activamente en comités de ayuda, pero el desasosiego que produce la foto interpela por sí solo.
Exceptuando algunas fotografías que muestran desprotegidos niños con armas (una conjunción canallesca que, a mi entender, únicamente busca generar lástima), la exposición Culturas es magnífica.
Te moviliza y no te deja estúpidamente extático sino que te incomoda, sea porque querés saber más - ¿entender más? - al mismo tiempo en que algo inevitablemente se te escapa.
¿Qué se hace con esa emoción?
Horas más tarde, ese mismo día, en la vereda del adocenamiento...
And the Oscar went to... El secreto de sus ojos (mi opinión aquí), una película que no es cualitativamente mejor que el promedio de las producciones de HBO, pero que vuelve a señalar al mundo que, más allá del color local, si querés ser premiado y que te distribuyan industrialmente, tenés que contar tu historia al estilo estándar norteamericano.
Vamos, que lo demás no es Cine.
O, en todo caso, es elitista y ha de quedar confinado a los puros guetos (de Cannes al Bafici).
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Sin ser un experto en fotografía (ni mucho menos)pero teniendo que usar el programa en contadas ocaciones y viéndolo usar en muchas otras, creo tener la respuesta a alguna de las preguntas (tipo ¿donde puso la cámara?) que te hacés:
ResponderBorrarPhotoshop
que, me parece, ha puesto a la fotografía mucho más cerca de la pintura que antiguamenete, donde lo único importante era estar en el momento adecuado con el encuadre adecuado.
Rody, no estoy tan segura de que el tipo abuse del fotoshop. Pero te lo voy a averiguar en mi curso de fotografía.
ResponderBorrarPor otra parte a mí la muestra me encantó, pero reconozco que por momentos me hago la pregunta: por qué Mc Curry sí y Raota no? (Ultimamente tiendo a cuestionar - me cualquier tipo de preconcepto, ¡por eso me permití ver algunos capítulos de Valientes sin culpa!, jajaja).
Respecto del Oscar... bien para Camapanela, pero que quede claro: no es ningún logro de "los argentinos". ¿Se imaginan si cada americano (actor, director, guionista o lo que fuera) que gana un premio estuviera representando el premio que se merecen los Estados Unidos? ¡Basta de tanto "argentinismo"!
Otro de mis últimos descubrimientos: el ombliguismo es muy bueno, pero solo en Pilates.
Saluditos
Rody:
ResponderBorrarEn aquella de los pescadores la pregunta por el lugar de la cámara obedece a la fascinación que me produjo el punto de vista desde el que se tomó la foto.
En cuanto a la cualidad iconográfica de esa misma imagen , ¿no es un logro esa ambigüedad, ese desafío a nuestra certeza de realismo?
Ignoro si McCurry usa el photoshop como herramienta de pos-producción de algunos de sus trabajos, pero si lo hace es evidente, al observar sus resultados, que lo lleva mucho más allá de su banalización como instrumento para embellecer a Mirtha o a Susana.
Ojo que no estoy criticando el uso del photoshop sino todo lo contrario, dándole la categoría de pincel con el cual lograr esa ambigüedad a la que hacés referencia.
ResponderBorrarAhora para agregar argentinismo (y, ¿por qué no? estupidez) al ruedo, recordemos que el último Oscar a una película argentina fue otorgado en 1986 y este año también hay un mundial de fútbol. Habría que consultar que es lo que escribieron los mayas al respecto, pero me parece que pronto tendremos otro festejo en el obelisco.
Hey, Maré!
ResponderBorrarNo descalifico a Raota en su totalidad puesto que he visto poco de su producción, pero sí estoy seguro que las fotos que le conozco intentan congelar el estereotipo con el que desde siempre los países centrales piensan al "buen salvaje" latinoamericano.
Una operación similar practicaba la talentosa Leni Riefenstahl en sus películas para glorificar a la raza aria.
Esperando que precises tu definición de ombliguismo, me disculpo públicamente por no disfrutar de Valientes ni de sus simpáticas PNTs (Publicidades No Tradicionales) de Fravega y Drean en medio de la trama.
Rody:
ResponderBorrarY de paso..¿no estará siendo un momento óptimo para intentar reconquistar las Malvinas por la fuerza?
Pablot:
ResponderBorrarYa regrese de mi viaje y me puse a leerte. Es un placer, ya esta marcado un estilo, un tono . Me divierte y me dan muchas ganas (creo que esto en definitiva es lo mas valioso) de ver más cine, pensar mas de una vez aquellas cosas que suelo dejar pasar.