.
.
.
.
.
.
.
..
..
..
..
.
.
Un color suele atravesar en forma transversal muchos melodramas, policiales o thrillers políticos. Se trata de la supra-especie genérica “nada-es-lo-que-parece”, cuya presencia es detectable por alguna de estas pistas:
- Huecos o saltos en la narración (que revelan cierta inconsistencia en lo narrado).
- Contradicción entre los decires de uno o más personajes sobre hechos puntuales.
- Debacle del punto de vista (¿quién está contando?¿es el mismo de antes?¿desde dónde cuenta?¿desde cuando?)
- Inestable status de la realidad o sospecha de un universo bifurcado.
U otras.
El asunto es que, de Rashomon a Matrix, de Hitchcock a David Lynch, y del “guionismo” de David Mamet al de Charlie Kaufman, seguimos disfrutando de estos juegos que proponen el tambaleo ficcional de mundos y certezas.
Posible explicación: tal categoría de films nos ofrece la posibilidad de una catársis simbólica - y en ambiente protegido - respecto de la inasible realidad que acecha a la salida del cine (o del living).
¿Y no sumará a su atractivo el que cada película “nada-es-lo-que-parece” refiera elípticamente a la zozobra particular de la sociedad en que fue producida?
- Huecos o saltos en la narración (que revelan cierta inconsistencia en lo narrado).
- Contradicción entre los decires de uno o más personajes sobre hechos puntuales.
- Debacle del punto de vista (¿quién está contando?¿es el mismo de antes?¿desde dónde cuenta?¿desde cuando?)
- Inestable status de la realidad o sospecha de un universo bifurcado.
U otras.
El asunto es que, de Rashomon a Matrix, de Hitchcock a David Lynch, y del “guionismo” de David Mamet al de Charlie Kaufman, seguimos disfrutando de estos juegos que proponen el tambaleo ficcional de mundos y certezas.
Posible explicación: tal categoría de films nos ofrece la posibilidad de una catársis simbólica - y en ambiente protegido - respecto de la inasible realidad que acecha a la salida del cine (o del living).
¿Y no sumará a su atractivo el que cada película “nada-es-lo-que-parece” refiera elípticamente a la zozobra particular de la sociedad en que fue producida?
.
.
.
.
.
.
.
.
La Isla Siniestra ubica su argumento en 1954.
Dos agentes federales arriban a una isla-prisión que aloja enfermos mentales asesinos teniendo como misión recapturar a una peligrosísima filicida fugada de una celda de la que es virtualmente imposible huir.
Pero (empezamos y así ad infinitum): nada-es-lo-que-parece...
Dos agentes federales arriban a una isla-prisión que aloja enfermos mentales asesinos teniendo como misión recapturar a una peligrosísima filicida fugada de una celda de la que es virtualmente imposible huir.
Pero (empezamos y así ad infinitum): nada-es-lo-que-parece...
.
Y Scorsese te tira todo su know how por la cabeza: noir de los 40 y los 50, angulaciones e iluminación expresionistas, toque sobrenatural tomado de las producciones de Val Lewton, paranoia made in Polanski, más todo el cine de crispación psiquiátrica y espíritu carcelario (incluyendo la dirección de los actores para que den tipos marcadísimos)
.
.
Si la descripción anterior les sugiere un vástago tardío de aquel entrañable cine clase B, deséchenla: ésta es una película que sólo lo imposta. Con gran presupuesto y solvencia técnica, eso sí, pero quedándose en un formalismo tan intachable como estéril.
Porque si en un viaje hacia el infierno se nos propone acompañar al protagonista pues... como mínimo debería lograrse nuestra empatía con su sufrimiento. Y no simplemente hacernos transitar junto a él por una retahila de secuencias impactantes, factibles de reordenarse (o suprimirse) al azar sin provocar la menor consecuencia en el todo.
Porque si en un viaje hacia el infierno se nos propone acompañar al protagonista pues... como mínimo debería lograrse nuestra empatía con su sufrimiento. Y no simplemente hacernos transitar junto a él por una retahila de secuencias impactantes, factibles de reordenarse (o suprimirse) al azar sin provocar la menor consecuencia en el todo.
.
Justamente por esto, el "nada-es-lo-que-parece" particular de La Isla Siniestra también cumple en describir el contexto industrial que da lógica a su estilo.
Al igual que las realizaciones estándar del Hollywood actual, privilegia:
Al igual que las realizaciones estándar del Hollywood actual, privilegia:
- el efecto por sobre los personajes (Pandillas de New York y Los Infiltrados ya estaban dentro de este modelo)
- los planos rápidos que aceleran hasta los momentos que requerían a gritos un ritmo más pausado que dejara crecer el suspense (Taxi Driver hoy sería inviable)
Y qué decir del abuso de esos flashazos lumínico-sonoros que vienen lastrando gran parte del cine de terror (y que Scorsese adoptó desde Cabo de Miedo).
Asimismo, el guión de Dennis Lehane ensalza esos giros artificiosos que hace rato vienen siendo paradigma dominante hasta en las series de televisión y que, más allá de que puedan "cerrar" o no una historia (aquí, con forceps, la "cierran") intentan hacer pasar ingenio por agudeza.
- los planos rápidos que aceleran hasta los momentos que requerían a gritos un ritmo más pausado que dejara crecer el suspense (Taxi Driver hoy sería inviable)
Y qué decir del abuso de esos flashazos lumínico-sonoros que vienen lastrando gran parte del cine de terror (y que Scorsese adoptó desde Cabo de Miedo).
Asimismo, el guión de Dennis Lehane ensalza esos giros artificiosos que hace rato vienen siendo paradigma dominante hasta en las series de televisión y que, más allá de que puedan "cerrar" o no una historia (aquí, con forceps, la "cierran") intentan hacer pasar ingenio por agudeza.
..
.
El único punto de excepción al manual de usos y costumbres dominantes resulta la selección y el uso de la banda de sonido. Los vanguardistas lenguajes musicales de un Penderecki o un John Cage refuerzan la descomposición casi cubista del personaje de Di Caprio, y las cuerdas chirriantes atacan su psiquis y la nuestra sin contemplación, obturando toda posibilidad de lazo armónico. Esto está sabiamente contrastado por la belleza de unos cuartetos de Mahler perfectamente puestos en los flashbacks que transcurren en la Segunda Guerra.
Me emocionó lo que intentaba contar la música. Tanto que por momentos hubiera preferido prescindir de la imagen.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
La película de Scorsese, hablando por extensión de la época en que está hecha, bien podría referir tanto a la realidad de factura virtual, como a la multiplicación del yo en un escenario impreciso y flotante (¿qué es una isla, si no?). En eso, se acerca bastante a Matrix.
El problema.
Una alusión a los experimentos psiquiátricos por aquí (¡voto a Foucault!), una factible metáfora sobre Guantánamo o Abu Ghraib por allá, la promesa de un enigma a resolver, o el enciclopedismo cinéfilo esparcido a lo largo del film: en ese bombardeo constante cada lado no complementa sino que anula a los otros.
Y cuando nos íbamos resignando a que la rápida sucesión de secuencias azarosas no tuviera detrás una verdad última que las contuviera, cuando la etiqueta "posmoderno" comenzaba a calzarle, La Isla Siniestra pega el volantazo que explica toda la historia y todos los comportamientos.
Fin, se termina.
Queda muy poca sustancia a la salida del cine para el cafecito posterior con los amigos:
Rever detectivescamente los indicios del abrupto golpe narrativo que clausura el relato.
Acaso admirar el juego por el juego mismo.
O putear ante la estafa.
.
Cualquiera de las opciones, escasa satisfacción.
.
La verdad es que a mí también me pareció maso. Obvio que Marty a esta altura es de los pocos excelentes artesanos que le van quedando al vapuleado aparato cinematográfico, pero, a medida que visionaba el film, sentía que algo no me cerraba. Tal vez no me haya gustado mucho por unas cuantas de las razones que vos exponés, Pablo.
ResponderBorrarSaludos
Raúl
Al principio pensé estar viendo una remake de “Shock Corridor” de Samuel Fuller, en la que un periodista se mete en un manicomio a investigar que es lo que está pasando hasta enloquecer o ser enloquecido. Pero eso duró apenas 15 o 20 minutos.
ResponderBorrarLuego, y aquí disiento con vos, la historia no pega ningún volantazo, el verdadero rol de Di Caprio se hace tan evidente que el efecto que se quiere lograr con la “gran revelación final” se pierde completamente y nos dejan con unos últimos 20´ tediosos y excesivamente explicativos, en una concesión al espectador distraído al más puro estilo de Campanella en nuestra última gran victoria patria en suelo extranjero.
Sin embargo la película se deja ver, el tipo sabe contar una historia; ciertamente esta no es ni excesivamente original ni particularmente atractiva, pero he visto cosas mucho peores.
Mientras me pregunto... ¿para cuándo una biopic de Orson Welles con Di Caprio de protagonista?
ResponderBorrarRody:
ResponderBorrarMe pasó lo mismo que a vos respecto de relacionarla con Shock Corridor. Mientras veía La Isla Siniestra, y luego al pensarla. Es más, me mordí la lengua (o las teclas) para no mencionarla en la nota, porque me parece que da para desarrollar la superioridad de la de Fuller un poco más in extenso.
Raúl:
ResponderBorrarShhhhhhh...que no te escuche Scorsese, que ya hizo su biopic de Howard Hughes utilizando a Di Caprio y con los peores resultados.
(De paso: existe el mejor actor del mundo para personificar a Orson Welles joven, tiene presencia y hasta una dicción parecida. Se llama Michael Gladis y hace de uno de los creativos publicitarios en la buena serie Mad Men)