viernes, 24 de julio de 2009

Ciegos, sordos y subastadores

(DVD 3 del Pack Werner Herzog, Documentales y cortometrajes: La Cajita Feliz)
















Cuesta asimilar que esta señora alemana tan segura de sí y pragmática sea sordo-ciega.
Transformando su vida en un apostolado, Fini Straubinger parece indoblegable en su decisión de ayudar a los que padecen en mayor o menor grado su misma problemática.
Organiza encuentros, pasea con acompañantes en aeroplano y discute con políticos, pero el núcleo de su tarea consiste en ayudar a quienes, como ella, sólo pueden comunicarse bajo otro sistema de códigos.
Este lenguaje táctil que, simplificando, podríamos definir como un alfabeto en la palma de la mano (foto), junto a su puesta en práctica ya estaría justificando este documental en primera persona. Hay mucho más, sin embargo.
Porque el retrato de su protagonista sugiere un boceto del personaje que Herzog plasmaría, anclado en la ficción, tres años después en El Enigma de Kaspar Hauser (1974): ambos, al fin y al cabo, pasan gran parte de su existencia encerrados en sí, y luego irrumpen en el mundo para modificarlo a partir de su singularidad.
Con origen en un golpe en la cabeza cuando niña, Straubinger va perdiendo gradualmente oído y vista, hasta que a los 15 comienza del todo su soledad silenciosa y oscura. A los 45 años, luego de 30 de prisión interior, comienza su intervención militante y solidaria.

Una mujer hecha de la misma madera que otros héroes imparables del cineasta alemán.
Hacia afuera: un roble en pos de su objetivo.
Hacia adentro: sturm und drang (tempestad e ímpetu), pero también oscuridades y angustias muy propias de los románticos alemanes en su identificación de paisajes naturales con sentimientos internos.

"Si fuera pintora representaría nuestra afección así: la ceguera como un río negro que fluye lentamente como una melodía hacia unas imponentes cataratas; en su orilla árboles, flores y pájaros cantando dulcemente.
El otro río, que viene del otro lado, es tan transparente como el más puro de los cristales, también fluye lentamente pero sin sonido.
Al fondo hay un lago muy oscuro y profundo donde se encuentran ambos ríos. Donde se unen hay unas rocas que chocan contra las aguas formando espuma, para después dejarlas fluir silenciosa y lentamente.
Hay un sombrío embalse que se extiende en la más absoluta quietud, tan sólo perturbada por alguna onda esporádica que representa la lucha de los sordo-ciegos.
No sé si lo han entendido. Las rocas que rompen las aguas simbolizan la depresión que sienten los sordos y ciegos cuando se quedan sordos y ciegos. Es así como lo siento."
(País del silencio y la oscuridad - 1971)

















Un juego, traten de decir rápido varias veces "How Much Wood Would a Woodchuck Chuck", a ver...
¿No es más fácil subir un barco a una montaña, como Fitzcarraldo?

Esa frase es el título original del documental donde Herzog, coherentemente, sigue presentando tribus desconocidas. Pero en esta oportunidad no circulan en taparrabos por selvas o montañas de América del sur, sino que están en el corazón de EEUU, en Pensilvania, siendo tan extraterrestres como el originario de Andrómeda que personifica Brad Dourif en la muy posterior The Wild Blue Yonder. Son... ¡los subastadores que hablan muy rápido!

Los vemos en acción en un evento anual llamado World Championship of Livestock Auctioners (Campeonato Mundial de Subastadores de Ganado), que existe de verdad, juro que no bebí.
Orgullosos de su habilidad, comentan haber aprendido a decir con ritmo y velocidad asistiendo a muchas subastas, y aconsejan: "tenés que amar hablar".

Ciertamente, mientras se suceden unos a otros en la competencia, el efecto de su catarata discursiva asemeja un mantra que nos va adormilando en forma no muy diferente a la música trance o chillout; sin embargo, algo chirria en la deformidad de esa lengua que no parece servir para comunicarse sino más bien como código comercial unidimensional.
Y habrá un campeón, igual que en la gran The King of Kong (Seth Gordon, USA, 2007) , en la que el desocupado practica día y noche para obtener el record mundial del jueguito arcade Donkey Kong, feliz de justificar su vida ante sí (y enorgullecer a su familia).
(Cuanta madera roería una marmota - 1976)
.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario