miércoles, 29 de diciembre de 2010

Poetry, el Parque Indoamericano y nosotros

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Maldita profecía autocumplida. A sólo cinco días de haber escrito que la inseguridad no estaba dominando los titulares de los medios porque se la reservaba como as en la manga para cuando pudiera generar más réditos electorales, bum, estalló lo del Parque Indoamericano.
Desde entonces, a repetición, hubo otras tomas de predios con la consiguiente demanda de terrenos, y más fuegos, corridas y muertes en distintos episodios cuya profusión hace difícil sospechar desconectada. El corte de vías interrumpiendo por 7 horas el servicio de trenes en Constitución el jueves pasado es, al momento de estas líneas, el último eslabón de la cadena.

Destilando el clima, tenemos: violencia real, imágenes y tipografía catástrofe, pedidos genuinos de familias que poseen poco y nada, mafia inmobiliaria vendiendo o alquilando hasta el más absurdo de los metros cuadrados, punteros que embarran la cancha, sindicalistas fieles al precio de la impunidad absoluta, una reforma a las instituciones policiales (tardía, como toda reforma a las instituciones policiales), políticos desangelados aprovechando (cuando no armando) la oportunidad para corroer el voto oficialista y, as usual, gran parte de la clase media porteña, tan xenófoba como su Jefe de Gobierno, subiendo la temperatura del índice hay que matarlos a todos.

Y en esta glosa no exhaustiva de fotos de fin de año, reverso complementario de las de famosos brindando desde la revista Gente, algunos intentamos entender sin caer en el maniqueismo. Porque hay muchas contradicciones que son fáciles de despejar si uno lee desde un bando y, a partir de esa mirada sesgada, da por verdad irrefutable su hipótesis sobre la lógica de los hechos y los culpables de todo. Es cuando la convicción de las certezas autoinducidas deviene en beligerancia o en sobreactuación. En ese sentido, prefiero que se me considere un tibio y que me vomite Dios.

Para sonar menos abstracto, un ejemplo: no puedo comprarle al gobierno su teoría de la conspiración permanente de la oposición, pero cuando leo en la tapa de Clarín un titular tan manipulador como "Ya van 19 días de furia desde la ocupación de tierras en Soldati", me dan ganas de volverme ultra-kirchnerista.

¿Dónde ubicarse entonces?
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Hace unas semanas vi Poetry de Lee Chang-dong. La esperaba con ganas: los tres largos anteriores de este, entre otras cosas, ex ministro de cultura coreano, combinaban virtuosamente el drama individual con marcos sociales muy condicionantes, y lo hacían en historias que permanecían en la memoria hasta mucho tiempo después.
A excepción de Oasis, en la que el personaje principal era un buen salvaje con destino de chivo expiatorio, tanto en Peppermint Candy como en Secret Sunshine sus protagonistas enfrentaban arduos dilemas éticos.
Peppermint..., narrando cronológicamente en reversa (a la manera de la posterior Memento de Christopher Nolan), arrancaba desde un suicidio para luego ir recorriendo las decisiones vitales que lo habían viabilizado como opción personal; recuerdo que el personaje, antes de ser arrollado por un tren, gritaba que "quería volver hacia atrás otra vez", y eso ponía en marcha tanto el dispositivo formal de la película, como una de sus líneas de lectura.
En Secret..., una madre perdía a su hijito a manos de un asesino y debía lidiar con sentimientos de ira y dolor; cuando terminaba recurriendo a la receta evangélica y decidía (un tanto lobotimizada) perdonar al criminal, viajaba a la prisión, llegaba a su celda, pero entonces... no cuento más: una de las mejores secuencias del cine de los últimos años.

Poetry también plantea una situación dilemática, pero va mucho, mucho más allá.
Y me llegó justo, no puedo dejar de recuperarla en relación a lo que pasa aquí por estos días, al lugar en que uno elige situarse.
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Mija, la señora mayor cuyo punto de vista domina la narración, es de esas personas que seguramente se parecen a alguien que conocemos: hacendosa y optimista, parte de su tiempo trabaja cuidando a un parapléjico y la otra haciéndose cargo de un indolente nieto adolescente que vive con ella.
Con una vida ordenada, y a pesar de un Alzheimer recién detectado con pronóstico de ir empeorando, se inscribe entusiasta en un taller de poesía.

Pero las aguas inquietas de un río empujan al cuadro un cadáver flotante: el de una chica que se suicida luego de haber sido violada en forma sistemática por un grupo de pibes de su colegio. Mija se entera de que su nieto es uno de ellos.

Y es a partir de aquí cuando la película se despega de la media.
Suelen ser habituales los personajes que frente a una encrucijada moral -mi pariente es un homicida hijo de puta, ¿qué hago?- eligen "A" o "B": la denuncia políticamente correcta del héroe sin tacha o el ocultamiento que revela su pertenencia a una sociedad generadora de monstruos.
Ni la madre de la igualmente recomendable Mother de Bong Joon-ho -el otro coreano versátil-, zafa de adscribir contundentemente a una de las dos opciones.
¿Qué pasa en Poetry?
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Mija incorpora el mazazo a su cotidianidad, sigue yendo de acá para allá, cuidando al discapacitado, alimentando a su nieto, y comienza a lidiar con padres pragmáticos que proponen silenciar con dinero lo que hicieron sus hijos.
Asimismo, por encargo del taller literario al que concurre, continúa observando las pequeñas cosas "bellas" que la circundan -una manzana, flores- en aras de aprehender su sentido y poder construir un poema. En paralelo, sin solución de continuidad, se acerca a lugares que recuerdan a la víctima.

Como resultado de esta adición en su hacer, la vida de todos los días se le va poniendo errática (la película misma, en adecuado correlato formal, también lo hace), y en cada plano de su rostro afable y confundido nos preguntamos cómo estará procesando tamaña catástrofe. Y si optará por la solución "A" o "B".
Su lucha interna no es sólo moral, el Alzheimer le enturbia la reflexión y hasta se le pierden las palabras para designar conceptos.
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¿Entonces? ¿les cuento el final?
NO, únicamente sepan que, desmarcándose de lo remanido, Lee Chang-dong desafía al espectador con uno abierto que, tras su apariencia etérea, resulta un agudo navajazo a los usos y costumbres con que las películas suelen situarnos en relación a un otro distinto y víctima.
Más que pensamiento, sentimiento lateral: cuando un demonio cartesiano (como la progresiva enfermedad de la protagonista) hace dudar de todo, ponerse radicalmente en el lugar del más perjudicado, transformarse en él, es el principio para entender sin equivocarse demasiado.


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En el caso del Parque Indoamericano, imagino el malestar de los vecinos de Soldati por los terrenos tomados: viví hace diez años en una casa rodeada por otras okupadas y puedo sopesar sus razones.
Sin embargo, cuando algunos de ellos, fogoneando lo peor de nuestra sociedad, vociferan que trabajan y no serán ayudados, mientras que los del predio tomado sí (metiendo solidariamente en la misma bolsa a la mafia y a las familias que no tienen nada), recurro al método radical de identificación que postula Poetry. Y me digo: esos vecinos, definitivamente, no son yo.
Una certeza. Es algo.
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4 comentarios:

  1. Curiosamente, durante las inevitables charlas sobre los terrenos ocupados en Soldati hubieron dos temas sobre los que recalé recurrentemente: la mención a tus vecinos ocupas de la calle Dorrego y el remix Americano con la letra modificada “Pa-pa Parque Indoamericano, mericano, mericano” junto a la imagen de Macri haciendo el pasito del amigo de Ricki Fort.

    De allí proviene una segunda certeza que agregaría a la que planteas en el post, y es que si se nos instala un grupo de desheredados en la casa de al lado, a los que no somos violentos sólo nos queda vivirlo con angustia hasta conseguir mudarnos.
    Suscribo tu enumeración del cúmulo de elementos que se amontonan para que cada visión sesgada pueda unir los puntos, como se hacía en la fenecida Anteojito, y dibujar la forma que más le plazca; pero permitime agregarle un par de elementos más.
    El primero es el empecinamiento de un 40 % de la población total de vivir en menos del 1% del territorio nacional. Recuerdo cuando hace ya muchos años, en una situación de ocupación similar, una señora gritaba con bronca y con pasión que ella tenía derecho a una casa en Capital, mientras yo, becario del CONICET que ganaba 36 U$S por mes, viajaba en colectivo hacia el laburo desde Banfield, 2 horas de ida y 2 de vuelta todos los días. Con esto no quiero decir que como yo no tenía una casa en Capital esa señora tampoco mereciera tenerla, sino que algo estaba profundamente mal cuando la única opción de vida de ambos era permanecer en un lugar tan altamente hostil. Y ese algo sigue estando mal, aún cuando yo me haya comprado una PH en Ortúzar y esa señora esté sacando un alquiler de la pieza que construyó arriba de la suya en la villa 31.
    (sigue abajo, porque es muy largo)

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  2. Y la razón probablemente esté en el otro elemento que quería agregar: La condición de perennemente discutible que tiene la ley en Argentina. Siempre hay un motivo para pedir que no nos la apliquen a nosotros, ya seamos clase media (“Está bien, no se puede cruzar en rojo, ¡pero no venía nadie!”) clase alta (“Bueno, hay que pagar los impuestos pero 35 % de mi cosecha es mucha plata”) o baja (“Sí, es propiedad privada, pero ¿y mi derecho constitucional a tener una vivienda?”). No se trata de que la ley esté tallada en piedra y no se la pueda modificar pero, en lugar de primero cumplirla como norma esencial de convivencia, para luego debatirla y modificarla, si es que no estamos de acuerdo con ella, simplemente pretendemos no aplicarla en nuestro caso particular, porque “no es justa” o hay alguna otra ley que algún otro no está cumpliendo.
    Contrariamente a lo que propugnan los anarcos, la derogación de las leyes hechas por los más ricos para defender sus intereses no nos llevan a un estado de mayor bienestar sino simplemente a la instalación de la ley del más fuerte.

    Y de allí proviene mi tercer certeza: “Yo no soy el más fuerte”.

    Lo que restan son dudas: “Ahora que soy propietario ¿Me habré convertido en un facho?”

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  3. Es difícil practicar la tolerancia cuando invaden nuestros islotes.
    Ponerse en el lugar de las familias de okupas que perturba espacial y auditivamente requiere -y tu pensamiento dialéctico lo sugiere- administrar nuestra angustia.
    Y a veces, hasta mudarse.

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  4. Pero cuando ves Poetry, no podés dejar de preguntarte por tus propios valores, ¿qué está bien? ¿qué está mal? Voy a ser cómplice de una situación injusta aunque el culpable sea uno de mis seres queridos más cercanos? Son situaciones que casi no pueden ser resueltas desde la subjetividad. Como ejemplo, una investigación hecha para mostrar las diferencias interculturales (la globalización amerita...) dice que si un amigo tuyo mata a un peatón por conducir a más de 60 km/hs y vos sos el único testigo que podria salvarlo, los canandienses en un porecentaje muy alto no mentirían para salvarlo, mientras que casi un 80% de los venezolanos si lo harían. Esto que quiere decir? Que los canandienses son un h... de p...? ¿Qué los venenzolanos son adeptos a la mentira? Todo depende del punto de vista con que se lo mire, un yanqui interpretará estos resultados de manera muy diferente que un oriental o un latinomericano. ¿Cuál es el punto medio o el parámetro? Acuerdo con Rody que es la ley, pero una ley aplicable a todo el mundo por igual. El problema aquí es que todo se politiza, si aplico la ley soy antixxx y si no la aplico significa que soy antiyyyy. Cómo es posible la convivencia?
    Por eso me parece que Poetry te pone al filo de estos temas hasta el final y te amarga, pero sin dudas, te alivia.

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