viernes, 3 de diciembre de 2010

Inseguriguau

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Hay semanas en que uno tiene más pánico que otras, y el compás lo marcan los medios; es decir: sus decisiones estratégicas sobre cuanto espacio asignar a ciertos títulos y a la frecuencia de su repetición en todos los formatos posibles. Porque el crimen siempre paga en términos de generar miedo, y de eso se trata: de desbalancearnos hacia el hay que matarlos a todos.

Por eso, no se engañen si ese as en la manga, la inseguridad, no está dominando la agenda política en estos días, sólo significa que se la reserva para mejor ocasión, para cuando su fogoneo pirotécnico cause más daño en términos electorales. Agazapada, en modo sleep, siempre estará disponible como McGuffin que permita, por ejemplo, que la bolsa de gatos denominada "oposición" luzca como unidad.

Pero no es de gatos sino de perros la película que enfoca hacia la solución del flagelo.


En 1978, Alain Jessua filma Les Chiens, planteando la opción comunitaria de entrenarlos como brigada de ataque contra los indeseables. Desgraciadamente, la iniciativa termina derivando en disgusto mayor e incrementa los problemas.
Su argumento guarda semejanza con un cuento formidable de Robert Sheckley, El Pájaro Vigía, que imagina cientos de aves robóticas volando por la ciudad programadas para atacar criminales y que, al lograr erradicarlos, comienzan searching…searching... a redefinirse nuevos objetivos y a lanzarse sobre personas con pensamientos o impulsos “similares”, generando un caos social tal que obliga a diseñar halcones-vigía para cazarlos. And so on, con el correr del tiempo el cielo se infesta de alimañas y casi no se puede salir a la calle.

Si el film reflexiona así de directo sobre la encrucijada libertad/seguridad o si lo hace por la vía alegórica, sólo puedo suponerlo porque… no lo ví; lo daban por única vez en el Malba y a último momento la pereza me hizo desistir y perderme su única proyección. Lo que previamente había visto de Alain Jessua - Frankenstein 90: ¡el horror! – tampoco predisponía demasiado a luchar contra la molicie.
La crítica, por lo tanto, queda para otra vuelta (aunque me tiente hacerla desde la mera intuición); lo que queda para ésta es agradecerle a Les Chiens haber hecho emerger el recuerdo de un hato fílmico de perros malísimos que supieron gruñirme en mi infanto adolescencia.
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El de White Dog, por ejemplo. La bonita Kristy McNicol (¿qué será de la vida...?) se lo encuentra, se lo queda y descubre en forma horrorosa que ha sido entrenado para atacar negros. Ella quiere curarlo de su feo vicio y lo lleva a un "desentrenador"...negro. El típico pesimismo del director Sam Fuller concibe que la cosa acabe mal.
Si la trama hubiera puesto al perro a perseguir judíos las pesadillas aún me estarían visitando.
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¿Existe un animal que inspire más miedo que un San Bernardo?

A la mascota familiar, Cujo, la mordida de un roedor le contagia la rabia y deviene en sanguinario sitiador. El estiradísimo nudo dramático consiste aquí en cómo una madre y su hijito resisten sus embates atrincherados en un auto.
El problema de la película es que el perrazo da más pena que terror, y que parece más un destilador de baba que un demonio sediento de sangre. El de la novela de Stephen King, en cambio, se percibe como entidad que sin dejar de ser lo que es -un perro, como Christine era un auto- destila otra naturaleza. La pericia narrativa del escritor, la manera en que dispone personajes y ambientes en esta pieza de cámara, hace verosímil la amenaza canina.

Asi que, para contestar la pregunta, primero deberíamos establecer de cuál San Bernardo estamos hablando.



La Banda de los Perros Asaltantes, pequeño clásico de matinés inseparables del maní con chocolate, presentaba a unos feroces dobermans casi como ladrones de guante blanco. Y la historia estaba muy bien: el “cerebro” de una banda bastante torpe conseguía, entrenamiento y silbatos de ultrasonido mediante, hacer que roben un banco. Los perros corriendo a campo traviesa con los sacos de dinero sobre su lomo e inalcanzables hasta para los propios gestores del plan, propiciaban vivas y aplausos de aquellos chicos, nosotros.
Sin ralentis de grandilocuencia afectada ni –difícil de concebir en esta época- efectos digitales mintiendo proezas que no pudieran ejecutar, la aventura de estos estilizados canes se realzaba con una banda sonora bluegrass y celebratorio banjo: una música que aún recuerdo y ya quisiera conseguir.
Pese al disfrute, cuando un primer plano mostraba esos ojos negrísimos, esos colmillos intimidantes…
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La Banda... fue funcional a un axioma educacional que circulaba en la casita de mis viejos:
A los perros, evitarlos; o mejor: temerles.
Un mandato que sólo pude revertir plenamente casi treinta años más tarde, cuando con mi esposa y mis hijos adoptamos a Lenni, que murió hace pocos meses y aún sigue doliendo.



Fotos:
1 - Cartel de Les Chiens (Alain Jessua, Francia, 1978)
2 - Cartel de White Dog (Samuel Fuller, USA, 1982)
3 - Cujo (Lewis Teague, USA, 1983)
4 - Cartel de The Doberman Gang, el título original de La Banda de los Perros Asaltantes (Byron Chudnow, USA, 1972)
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