viernes, 12 de noviembre de 2010

Volviendo a El Origen

Por: Rody





¿Es El Origen de Christopher Nolan una obra de Arte con A mayúscula?
No.
¿Es una película con una historia para contar, consigue hacerlo en forma correcta y entretenida, haciéndonos querer saber como va a terminar?
Si.
¿Es necesario pedirle algo más?
La respuesta la da cada espectador, según su gusto, aún cuando el film sí nos dé algo más.

La primera discrepancia que tengo con todas las críticas que he leído, reside en cual es el tema principal de la película, que no es ni El Sueño, ni mucho menos Lo Onírico.
A mi me gusta más pensarla como una exploración de lo laberíntico y creo que a Nolan también. A la peli me remito y, fíjense que cuando Di Caprio-Cobb debe contratar a una nueva arquitecta del sueño, Ariadne, no le audita los sueños, sino que le pide que le haga en dos minutos un laberinto que él tarde un mínimo de un minuto en resolver.
En una película llena de efectos especiales que van desde la suspensión de la gravedad hasta el plegado del espacio, la imagen se simplifica en una Ariadne dibujando en un papel un laberinto plano, primero con rectas al estilo de los que aparecían en la Anteojito (aquí es donde perdí a los lectores jóvenes) que, por supuesto, no le sirven para obtener el trabajo, para luego pasar a uno curvo mucho más efectivo, de círculos concéntricos que se enroscan sobre si mismos.



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Siguiendo con lo laberíntico, notemos que el supuesto objetivo final, la caja fuerte a abrir en el tercer nivel de realidad (o de sueño, si así quieren llamarlo), tiene un asombroso parecido con la pared de una caja china.
Este objetivo final es ficticio, por supuesto.
Porque el tema central gira sobre el sentido último de la realidad, parásito más resistente que una bacteria o un virus: la idea.
No cualquier idea, sin embargo, sino la que infecta la mente de Mal
¿Lo que percibo es real o me lo estoy inventando?

En eso si se emparenta con Matrix, sólo que donde los Wachowski recitan filosofía de texto, Nolan presenta acción pura.

El Sueño es un mero fondo, un teatro donde disponer la acción y no se trata del sueño ordinario, individual, sino de algo nuevo, diseñado y programado. ¿Cómo? Sólo se nos dan unos pocos elementos para saberlo. Se trata de algo desarrollado por el ejército para entrenar a sus soldados en el dolor, la gente se conecta con cables, los comparte, se usa una máquina transportable en una valija en donde algunos botones cilíndricos son presionados.

De nuevo las analogías y las diferencias con Matrix, en lugar de las sesiones de entrenamiento en donde escenarios y habilidades se cargan desde un disquette, apenas si damos un paseo por un París que se dobla sobre sí mismo. ¿Cómo diseña Ariadne sus laberintos? ¿Cómo les da textura?
Yo opto por imaginar que la máquina de la valija es programable y que esos programas son introducidos en las mentes de los durmientes, ustedes pueden imaginar cualquier otra cosa.

Lo que está claro es que estos sueños programados nada tienen que ver con desmesuras oníricas lyncheanas o de Dalí, jamás fue esa la intención de Nolan y su función en la historia es meramente decorativa, de soporte. Nos dan unas reglas arbitrarias pero fijas (como por ejemplo la de las correlaciones temporales sucesivamente crecientes entre capas cada vez más profundas de sueño) sobre las que se construyen los laberintos.
Una vez construido este universo propio, con una lógica interna sin fisuras, si usted espectador decide dar el “salto de fé” (y yo lo hice sin dudarlo) olvídese del sueño. La cosa va por otro lado.

Hay como mínimo dos niveles de lectura.

Por un lado tenemos la película pochoclera, con efectos especiales, persecuciones en auto, tiros, explosiones, fortalezas que conquistar y una caja-fuerte-voluntad-del-heredero que violentar. Sin embargo noten que a diferencia de las pelis pochocleras, no hay buenos y malos (y si no me creen díganme entonces qué es Saito ¿un codicioso empresario que quiere destruir a la competencia o alguien que quiere poner un límite a una multinacional que amenaza con monopolizar la energía? La clásica paradoja Néstor-Magnetto).
O, la idea inceptada (a falta de un mejor verbo) ¿va a destruir un imperio o a reconciliar a un pobre niño rico con su difunto padre?
La acción está allí para vender entradas, como no, pero también para solidificar con imágenes y no discursivamente, el transcurrir del tiempo entre los distintos niveles de realidad; mientras en el nivel más superficial todo es frenético, corren los autos, llueven las balas, en el más profundo la gente vive una vida, construye un mundo propio y envejece hasta la decrepitud.

En otro nivel de lectura, estamos en un universo dickeano (de Philip K. Dick) paranoico, en donde es necesario llevar un totem, una pieza de forma, textura y peso inusual y solamente conocida por su dueño, que ningún otro debe tan siquiera tocar so pena de convertir la realidad y el sueño en indistinguibles.
Pero como en todo universo dickeano, la duda es intrínseca, estructural. El trompo-totem de Cobb, el supuesto soñador en cuyo sueño están todos inmersos, no es de Cobb sino de su esposa Mal, supuestamente muerta. Pero entonces, ¿dentro de que sueño estamos?
Al final, cuando Cobb vuelve a casa y después de tantas nucas repetidas consigue ver la cara de los hijos que, en la supuesta realidad, se hallan exactamente en el lugar y con la actitud que se repite en todos sus sueños, todo parece arreglarse y la película pochoclera tiene su final feliz. Es justo en ese momento cuando Cobb hace girar el trompo.




En ese universo tan poco onírico y de reglas tan precisas y establecidas, si el trompo deja de girar y cae, estamos despiertos, pero si gira ad infinitum estamos dentro de otra de las capas de la cebolla dibujadas en el papel por Ariadne, dentro del sueño de alguien, alguien que incluso puede ser la quizá no tan muerta Mal.
Y en el instante en que el giro del trompo se hace trastabillante, justo cuando puede caer y detenerse o enderezarse y seguir con su giro infinito, justo en ese momento la película termina.


No es una película extraordinaria, aunque sí entretenida. Si se la critica, que no sea porque los sueños son otros que los que soñamos ni porque nos dé todo masticado.
Lo que me parece interesante, al igual que en la primer Matrix, es cómo en un producto con todos los elementos del mainstream, cuelan con habilidad ideas y temáticas personales completamente por fuera de la estrechísima agenda del showbiz.
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3 comentarios:

  1. Para mi es un cacho redundante, pero tiene lo suyo. Imágenes como esa de los edificios doblándose asombran aunque tengamos claro que los efectos hoy disponibles plasman lo que sea.
    Me hincha que todos dale que dale comparando con Matrix.

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  2. Creo que la comparación con Matrix se hace inevitable. Se trata de dos películas recientes, ambas hechas por la industria y concebidas para ser entretenidas y vender entradas pero también con la intención de reflexionar sobre cual es el sentido último de la realidad, o del sinsentido de creer que existe independientemente de lo que percibimos.

    Por otro lado la capacidad técnica para plasmar la imagen de París doblándose sobre si misma es un detalle menor, lo que fascina es la capacidad de imaginárselo. Que exista la técnica no le quita ningún mérito a la idea, por el contrario la potencia.

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  3. Es verdad lo de la idea precediendo a la herramienta. Ed Wood imaginó que las naves espaciales colgaban del techo por hilitos, y en Plan 9 del Espacio Exterior consiguió plasmarlo merced a tecnologías sofisticadísimas.

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