viernes, 5 de noviembre de 2010

Miramar Visconti

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Miramar era un paraíso.

Pero no por la playa de patios angostos con alma de ghetto, ni por los edificios construídos frente a la costa que obturaban el sol y obligaban a rajarse tempranito.
Los rituales, repetidos año a año, se daban por supuestos, y cualquier niño de clase media -yo era uno de ellos- sabía que durante sus vacaciones familiares pasaría por la rutina de bajar a la mañana, subir para almorzar, guardarse dos horas (¡¡la digestión!!), volver a bajar, volver a subir, bañarse y dar la vuelta de perro nocturna por la principal.
Podría sumar, extrayendo del viejo arcón, el ruido de la ruleta del barquillero, el olor dulzón del Nubevital P, los canjes de revistas mexicanas, las sacrosantas bicicletas bordeando la rambla y, tajantemente, Pibelandia, cuyas fichas de flipper fueron mi primer parámetro personal de medición económica (¿cuantas eran una coca? ¿y un helado?). Con matices, nada que no haya sido descripto por Mariano Llinás en Balnearios, ningún edén.
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Pero Miramar era un paraíso, un lugar de excitación permanente, mi Shangri-La, y la razón pasaba por otro lado.

Allí, en los cines de “la ciudad de los niños” me dejaban entrar a ver las “prohibidas para menores de 18”.
Voraz, me empachaba de películas que sentía que me ubicaban en la pole position de la cinefilia. En los templos paganos miramarenses experimentaba mis primeros Ken Russells, Ferraras, Allens, Bruces Lees y - confieso que he vivido – los gimoteos de Sandro en Quiero llenarme de ti.

Conque, veranos de invocar lluvias incesantes que favorecieran mis planes: ver películas ad eternum y eludir la espantosa homogeneidad étnico-playera.
La felicidad.
Y la paradoja: reincidiendo siempre en el mismo sitio, aún tallados en piedra los hábitos familiares amorosamente esclavizantes, mis vacaciones nunca resultaban iguales.

¿Cómo hubieran podido serlo?

Si luego de Operación Dragón, mi imitación de Bruce Lee clavando sus pies en el esternón rival (primer plano de su rostro enloqueciendo en ralenti, sonido en off de huesos quebrándose), desternillaría de risa a mis compañeros de colegio.


Si la pútrida Angel de Venganza me abría los caminos del gore, cuando su muda protagonista, violada dos veces la misma noche, salía a matar para triturar posteriormente la carne de sus cadáveres y dársela a los pichichos.
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Si seducido por la lisergia operística de Tommy llegaba a la música de los Who (esa debilidad).
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Si el desparpajo esnob de Diane Keaton en Annie Hall me impulsaba a buscar chicas así de preciosas y ridículas.
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Etc.

El Gran Rex era el santuario mayor, una sala grande con aroma de alfombra húmeda y varias luces laterales equidistantes con forma de rosetas. Los minutos previos a las películas, en el presente considerados tiempos muertos, eran allí muchas veces más gozosos que lo que estaba por proyectarse, la expectativa en estado puro.
Y como la programación cambiaba día a día y los "noticiarios" que antecedían al plato principal no, había semanas en que terminaba recitando algunos al unísono por haberlos visto cinco o seis veces. (Estremecimiento: todavía conservo, nítida, una secuencia con Massera navegando en un barquito por el Río de la Plata e inaugurando no sé que cosa. Todo estaba bien, el país trabajaba y avanzaba)

Un día, un febrero, se presentó mi desafío supremo.
Se anunciaba Grupo de Familia de Luchino Visconti.
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Del cine italiano tenía un preconcepto intimidante. Estaba convencido de que siempre aludía o estaba irremediablemente anclado a urgentes circunstancias políticas, y que entenderlo requería estar empapado de su entramado. O sea, que si no estabas informado, esclarecido y "concientizado" sobre las Brigadas Rojas, Aldo Moro, la rivoluzione y demás, te quedabas afuera.
Con ese bagaje, y con la autoimposición de necesitar un Visconti para el carnet cinéfilo -tal la estupidez del fetichista a cualquier edad- fui a la función de las 19:45, solo.
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El profesor que hace Burt Lancaster vive semi recluído en una imponente casona rodeado de pinturas y objetos de colección. Mucho color ocre. Decadencia.
(Qué viejo está -me acuerdo que pensé-, ya no es El Pirata Hidalgo).
Eso cambia cuando se le mete una familia casi de prepo para alquilarle el piso de arriba, es la vida real con sus claroscuros la que irrumpe entonces en los días del que había clausurado su puerta al mundo.
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La marquesa Brumonti junto a su hija y el novio, y en especial su amante Konrad, "toman" la casa.

(Pero esta manera de contarles su argumento ya delata que la volví a ver años más tarde, sin la perplejidad del que siente que todo se le escapa. Vuelvo.)

De repente, a menos de una hora de comenzado el relato, bum, una explosión: Konrad se suicida y el profesor muere en su cama con un gesto de cuadro renacentista.
Rarísimo, porque Konrad reaparece en la siguiente escena sorprendido en un ménage à trois por un también resucitado profesor.
Rebuscaba en mi mente adolescente maneras de encastrar las piezas: ¿las muertes eran simbólicas? ¿esto es lo que llaman avant garde? ¿se relaciona con eso de asustar al burgués?
No. El proyeccionista había equivocado el orden de los rollos del film.

En la sala casi llena la gente comenzó a patear butacas, la indignación subió, y los pocos gritos aislados derivaron pronto en un clamor generalizado que pedía no la rivoluzione sino que le devolvieran la plata de las entradas.

Yo me quedé, no obstante, hasta que el planteo se hizo nudo argumental y se encendieron las luces; es decir: cuando terminó la película y el desenlace había ocurrido hacía tres cuartos de hora.

Los años pasaron, a Grupo de Familia volví a verla, conocí los distintos matices de la filmografía de Visconti y, por supuesto, pronto pude desactivar mis ridículos prejuicios sobre el cine italiano.
Pero esa es otra historia. ¡Viva el Gran Rex de Miramar!
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7 comentarios:

  1. Miramaar Miramaar, qué bonito es Miramaar... (en tus tierras al cine iré)
    Con Delfinte Fish, La Tigresa de Medio Oriente y Wendy Rabinobich.
    (Si no entendiste un pomo, buscá en Youtube)
    Ah, y te felicito por el post. Notable recuerdo!!

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  2. Mi paso por MiramarT (es que esa playa está indefectiblemente asociada a la familia T) fue breve pero ha quedado atesorada en mi memorabilia
    Fue en los tiempos de esa adolescencia tardía que prolongaban los estudios universitarios; en un verano muy intenso, con varios miles de km recorridos a dedo con Gerardo, enmarcados en unos lagos del sur aleyendados por la juventud y por una amor de verano que, al pegar la vuelta haciendo escala en MiramarT, se estaba transformando en mi ya habitual sufrimiento de invierno.
    Fueron dos días de dormir en una cama, comer rico y abundante, evento prácticamente olvidado por entonces, y descansar en una playa decorada de señoras rubias y con rulos de peluquería que jugaban al buraco. En síntesis, tomado por asalto por uno de esos breves momentos de felicidad que siempre me ocurrían cada vez que satisfacía mi necesidad de encontrar una familia sustituta.
    Fue la noche anterior a seguir viaje hacia las luces de Gessell que, a instancias y en compañía de Pablot, visité el mentado Gran Rex para ver “El silencio de los inocentes” en una época en que era una novedad, antes de que Hollywood la clonara infinitamente y nos saturara de asesinos seriales y psicópatas con veleidades de copados.
    Vayan entonces estos escasos dos días a hacer compañía a tantos veranos de los entrañables T.

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  3. Y de repente, un amigo recoge la botella del mar, la destapa, toma un trago, y le agrega un aditivo propio que la hace mejor, la justifica.
    Rody, me emocionaste.
    Gracias.

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  4. es una de las pocas veces que me enganche con tus comentarios tan inteligentes y sensibles.
    afloraron a mi mente aquellos lejanos dias de esparcimiento y deleite,junto a flia.y amigos,y el impacto primero fue la imagen del cine(tan importante en ese entonces)GRAN REX,si hasta recuerdo haber ido a ver(o a gritar)a Valeria Lynch a sala llena,que macanas una hace en la juventud!!
    Pablot como te agradezco y hasta me deleite con
    el resto de tus comentarios,relajada y transportada a esa etapa tan familiera y rodeada
    de mis mas queridos amores
    Rody T:todavia dudas de que sos un integrante de
    la flia.?te ganaste el lugar por tus valores y por decision unanime,abrazos

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  5. Claro que no! A estas alturas y gracias a todos ustedes no me queda ninguna duda de que este cariño que siento es mutuo.
    Otro abrazo.

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  6. Ahijuna con el poder de las palabras!
    El represor más emblemático de la dictadura, el más siniestro (bueno, hay múltiples empates), mencionado como sombra flotante en mi recuerdo de unas "variedades" en el cine de Miramar, acaba de morir.
    Massera duró demasiado y la muerte fue su último recurso para zafar de cárceles no domiciliarias o extradiciones.
    Ojalá que Caronte lo deposite, luego de una navegación suficientemente incómoda, en la zona más tortuosa del Hades.

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  7. Pablo, nos haces emocionar a todos! Quién no se comió un panqueque en Mickey, o un helado en caballo loco.

    Quién no fue a las Brusquitas en bici? Y los churros con dulce de leche en la carpa? Yo fui concebida en Miramar (Puaj, de solo imaginar esa escena entre mis padres me asqueo un poco)Pero quizas por eso vuelvo ahi todos los años de mi vida. (Por eso y porque tenemos el depto que era de mi zeide gratarola).

    Miramar es mas que un balneario para mí. Es a donde yo decia que iba a hacer Aliá. Cuando me preguntaban si me queria ir a vivir a Israel yo decia: no, sólo a Miramar.

    Sé que en invierno debe haber fantasmas. Pero en verano tambien: No puedo evitar imaginarme a mis abuelos a mis tios y mis primos, comiendo alrededor de la mesa. Esa fue mi infancia. Y mi infancia es hoy, y es mañana. Para los que nos negamos a crecer, Miramar es el verdadero Paraiso.

    Ahi uno siempre es chico. Ahi creemos que no existe la maldad. Que los vendedores de barquillos nos hacen sacar numeros altos en la ruletita esa, para que nos ganemos mas unidades, que los barriletes que se enredan en los balcones del Cherry, van a ser devueltos inmediatamente por sus dueños.

    Porque ahi el mundo es como debe ser. Un lugar donde todo ocurre como uno quiere. Ahi seguimos ilusionados con que si miramos el mar vamos a ver a las jirafas en Africa porque todo chico le preguntaba a sus padres a donde terminaba el mar y cada padre explicaba como Cristobal Colon que la tierra no se terminaba con el mar, que seguia.

    Quién no ha recibido un beso en las ramblas oscuras de enero? Esos besos no existen en Buenos Aires.

    Y lo mejor de todo es que me dejaban entrar a ver Tiburon, que era prohibida. Tambien Grease, All that jazz, Hair. Miramar es ese universo paralelo al real, a donde uno puede saltar cada tanto, ilusionado de que lo que soñaba de chico puede ser real.

    Parezco una propaganda turistica de Miramar. Pero no. Estoy enamorada de esa ciudad. Y Miramar se enamora de todos los que se enamoran de ella.

    Me voy el 24 de diciembre, y ya estoy marcando los dias en el calendario, como un preso que hace la cuenta regresiva hacia su libertad
    Un abrazo

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