viernes, 17 de septiembre de 2010

(...)

.

El ojo derecho, cuesta abrirlo. El sudor pesa.
No hay otro punto de referencia que la oscuridad enmarcando mi rostro.
Intento escrutar el espacio limitado. Todavía se puede respirar.
¿Un laberinto?
Algo se activa, soy movido. Una punta brilla.
Algo se me clava.
Una línea de sangre cae vertical por la frente.
¿Qué? ¿dónde? ¿cómo?
Un portón metálico acaba de cerrarse. Eso parece.
Intuyo estar del lado de adentro.
¿De qué? ¿desde cuando?
Me palpo. Un líquido denso a la altura del estómago.
¿Es mía esta sangre?

Intentar pensar. No se puede.
Lo único es esta estrechez ahogándome.
(Sí, sí, tranquilizarnos creyendo estar en un sueño indoloro)
¿Dónde estaba yo antes de esto?

Mierda. Imposible pararse, el techo cavernoso está a centímetros de mi cuerpo horizontal.
Me arrastro.
Un tubo metálico recorre, hasta donde puedo ver, toda la pared lateral. Su frenético desplazamiento traba mi mandíbula y obliga a que mi boca se mantenga abierta. Mis dientes rechinan, hacen chispas.
Ya ni siquiera puedo gritar.



CLANC, CLANC. ¿Escucho o es la banda sonora que imagino para esta tortura?
Ahora no sé si estoy parado o acostado, ni si es agua o viruta lo que salpica mi cara.
Una certeza: duele.
Y la nueva pregunta: ¿soy yo el que se está rompiendo?

Un estrépito sonoro inicia súbitas aceleraciones.
Todo está más negro que antes y me cuesta despegar el cráneo de estos clavos.

Al sesgo descubro otros cuerpos lamentándose. Necesito no habérmelos inventado. ¡Que sean reales, por favor!
La carne lacerada aúlla.
(¿Es el purgatorio? ¿cuantos somos?)

Razonar, razonar.
¿Descarto ser prisionero de guerra? ¿estoy siendo sometido a un brainwashing? ¿de quién soy el juguete?
Si pudiera recordar qué era antes de convertirme en esto que repta.

Esfuerzo estéril. Mientras pienso, el lugar se comprime aún más.
¡Maldición! No consigo discernir si es un conducto, una caja o un océano.
¿Me drogaron?



De repente, lo ocre de las paredes musgosas explota en una solarización intermitente. Un electroshock centelleante que lastima mi visión y me obliga a pronunciar disculpas.
Perdón, perdón...

Me pesa todo: las uñas de los pies, el hombro, los codos.
¿Dónde empiezo yo, dónde este cubículo? ¿Hay una frontera que nos divida?

A pocos centímetros, un agujero al ras del suelo.
Puedo empujarme hasta allí.
Lo hago, me deslizo adentro.
Estoy en la misma situación que antes pero en un túnel más estrecho.
Imposible gatear, menos incorporarme.
Soy un lagarto en terreno pantanoso. Busco una esclusa.

Vislumbro otro cuerpo a poca distancia.
Su gotear rojo y su mutilación certifican la imposibilidad de una salida.
Flotar desmembrado en este charco, ése parece el destino.



Una hermosa mujer,
ojos amados, labios púrpura
(¿la veo? ¿la recuerdo?),
sugiere que me refugie en la introspección.
Pero al hacerlo,
la ristra de momentos recuperados (que la incluyen),
me provoca lágrimas más dolorosas que el tormento físico.
Es otra trampa. Prefiero concentrarme en un escape y hacer de cuenta que estas agujas oxidadas que escarban mi epidermis son, apenas, detalles del frío húmedo.

(Pronto, aventar esa otra amenaza psíquica: la certidumbre de que nada espectacular nos espera incluso si, de alguna forma, salimos de aquí.)

Apoyo los antebrazos, me impulso con la voz, pero avanzo menos,
porque el terreno se puso acuoso y no puedo ignorar que estos resbaladizos montículos que intento hacer a un lado son restos de cuerpos.
¿Quién montó esta instalación?
.
Hacia atrás, un rumor de agua, de inminente torrente.
Poco aire.
O buceo o me ahogo.
¡Vamos!
Despejo el cardumen de manos inertes que flotan y entorpecen.



Un microsegundo en líquido amniótico,
una breve ensoñación que, de todos modos, se interrumpe.
Porque mi realidad
¿horizontal? ¿vertical?
es que estoy atrapado en un bloque rectangular de cemento,
inundado hasta la cintura,
y con el techo descendiendo y presionándome la cabeza.
¡No va a doblegarme! ¡YO voy a atravesarlo!
¿Qué más da, a esta altura, un parietal fracturado?

Lo logro.



Si acabo de morir o no carece de relevancia. Salí del laberinto y ahora, tendido en el piso blanco de mi luminoso estudio, mientras mi sangre se expande en círculos concentricos y se intersecta con la de mi mujer, ecos de una vejez que nunca habremos de vivir terminan de bajar el interruptor.


(Texto escrito inmediatamente luego de ver Haze de Shinya Tsukamoto, Japón, 2005.
Las fotos pertenecen a la película, así como la frase, que copié textual: "Nada espectacular nos espera incluso si, de alguna forma, salimos de aquí").
.

4 comentarios:

  1. Primero pensé en El pozo y el Péndulo... pero no, este texto tiene un carácter más pesadillesco... es lo que uno siente cuando lo mandan a participar de esas reuniones con gerentes... cierro los ojos y pienso / siento exactamente lo que escribiste.
    ; )

    ResponderBorrar
  2. Que bueno Pablo! Yo no vi la peli pero quisiera tomar un poco de lo que tomaste vos para escribir así. Camarero, sírvame lo mismo que al caballero.

    ResponderBorrar
  3. Chitary:
    Ignoro si eres versado en las artes de la demagogia, pero poco importa. Que hayas leído mi escrito y lo hayas asociado con Poe me alegró el año.

    ResponderBorrar
  4. Carla D:
    Faltaba más, te paso la receta del cóctel:
    Un día de mierda, una película que conecta con miedos y ansiedades, hacerse un rato para escribir y...¡listo!
    Ah, y tomarlo "shaken, not stirred", como Bond a sus martinis.

    ResponderBorrar