Escena complaciente para la cinefilia: Lee Kang-Sheng y Jean-Pierre Léaud (el director del film dentro del film y una de sus estrellas, respectivamente), conversando en un bosque espejado frente a un monitor donde desfilan imágenes.
Una penumbra bien conseguida por la iluminación enmarca la secuencia, y nuestro querido Léaud, acaso demasiado viejo para continuar en el abatimiento permanente, se vuelve niño por un instante y juega con un pajarillo al que llama Tití, pasándolo de una mano a la otra y finalmente regalándoselo a Kang-Sheng, en un diálogo ping pong evocador de directores y films.
- "Murnau", "Buster Keaton", "Passolini", "Orson Welles"- profiere con ligeros ademanes.
- "Truffaut" - retruca el alter ego de Tsai al por siempre alter ego de François Truffaut .
- "Truffaut" - retruca el alter ego de Tsai al por siempre alter ego de François Truffaut .
Y Léaud, que en Visage se llama Antoine (como Doinel), sigue nombrando con entusiasmo cineastas (muertos) admirables, junta sus manos, señala el pajarito y resume:
- "Tití" - como si metaforizara la pureza de ese cine ya ido.
Demás está decir que, un poco más tarde, el avecilla muere y se la entierra.
Si la enfocamos por el lado del requiem por un cine muerto, la película resulta una poco añeja (y será preferible remitirse arqueológicamente al Godard de hace unas décadas).
En cambio, permítanme pasarles la receta que me posibilitó casi dos horas y media de puro goce:
Recórrase como si fuera un museo repleto de instalaciones, sin saltear las secciones temáticas
"Kitch musicales en taiwanés y en español";
"Efigies francesas de ayer (Moreau, Ardant, Baye) y de hoy (Amalric)";
"Espejos", que incluye personajes observándose, un reno tropezando sonoramente en el bosque (¡el gag del film!), una cita a La Dama de Shangai, y cuidadas composiciones de planos en los que vidrios y peceras reflejan figuras (o sus fantasmas).
Lo que articula todo podría denominarse:
"Retrospectiva de Tsai Ming-liang: paseando por los ejes que lo han constituído en un autor inmediatamente identificable".
Está su erotismo desolado (la escena entre Kang-Sheng y Amalric, interrumpida por un ringtone que trae muerte), la producción de una película dentro de la que estamos viendo, el exceso de agua o la falta de ella (en la primera escena, con el grifo que pierde y la posterior inundación por desbarajuste de toda la cañería) y, fundamental, algunos de los mejores interludios bailados de toda su filmografía.
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Un deseo para la próxima: que Tsai vuelva a sus escenarios taiwaneses (o malayos) y reduzca drásticamente los europeos.
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