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Rezando sin parar, absteniéndose de comer, exponiéndose al frío, a la chica Hadewijch/Céline podríamos definirla como "más papista que el Papa". Así la considera (¡incluso!) la propia Madre Superiora del convento cuando decide expulsarla hacia el afuera, diciéndole algo así como que en el mundo real encontrará otras pruebas y caminos hacia Dios.
Pero cualquiera en su lugar (mental) se flagelaría en raciones extra si estuviera obsesionada de tal manera no sólo por el amor espiritual sino por el cuerpo de Cristo.
"Histeria" - dictaminaría frotándose las manos la patria psicoanalítica luego de ver Hadewijch. Y reduciría a poco una película no totalmente lograda pero ambiciosa en su propuesta.
Porque Céline, a diferencia de aquella Adele H contada por Truffaut que caía progresivamente en la locura por un hombre ya inaccesible, se deja flotar por personas y lugares, acaso imaginándose soplada por un Viento Divino que necesariamente la llevará al Objeto de su amor.
En esa dialéctica entre lo visible y lo invisible, en los primeros planos del bello rostro de la actriz Julie Sokolowski (¿qué ve ella que nosotros no?) y en los contraplanos del mundo como escenario de su búsqueda incesante, se posiciona el planteo del film. Que pone en escena los no tan misteriosos puentes que ligan los territorios fundamentalistas de todas las religiones.
La fe podrá mover montañas, pero la pasión erótica sublimada en Dios provoca explosiones en suburbios parisinos.
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