miércoles, 24 de febrero de 2010

Huyendo de Buenos Aires a Manchuria

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Calores extremos, torrentes pluviales, en este agobio tropical sin playas ídem rezamos por que vuelva la luz mientras Buenos Aires continúa inundándose y sus responsables políticos notifican que el problema persiste, claro, debido a las irresponsables administraciones anteriores.

El ceño fruncido, no obstante, cede frente a un tozudo espíritu cinéfilo que, inexplicablemente, sigue abriéndose paso, obrando por motivos que la razón desconoce.
Cómo explicar sino el sometimiento planificado a las casi 10 horas de La Condición Humana (Masaki Kobayashi, Japón, 1958/61), a su melodramático antibelicismo de pantalla ancha y un poco ajado.




















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(Una pista: estoy leyendo el apasionante Cien años de cine japonés, de Donald Richie, un ensayista que, al igual que Lafcadio Hearn (cuyos relatos de espíritus fantasmales fueron filmados por el mismo Kobayashi), abrazó la cultura nipona insertándose en ella para, a través de sus escritos, enriquecernos descentrando nuestro occidental punto de vista.

En su libro, tanto directores como películas están impecablemente puestos en relación a tradiciones culturales y a circunstancias sociopolíticas que los posibilitan.

Así, la paulatina entrada de Japón en la modernidad cercana a la aparición del cine, el procesamiento e incorporación de las influencias externas, el sistema de Estudios (Nikkatsu, Shochiku), la 2da Guerra Mundial con su corolario de ocupación del país por los EEUU, la persistencia de esos généros (el jidaigeki histórico, el gendaigeki sobre la vida contemporánea, el chambara y su espadeo, el shomingeki sobre las clases medias bajas), todo su análisis instigó un saludable reencuadre del supuesto saber que venía manejando sobre, por ejemplo, Ozu, Mizoguchi, Naruse o Kurosawa.
Más las ganas de rever algunas películas amadas a la luz de este enfoque, y cubrir el bache de no haber visto (¡maldita neurosis!) algunas obras muy citadas.
Tal el caso de La Condición Humana (1958/61), con sus 567 minutos)

















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Kaji, su protagonista, es el tipo de persona con el que gustamos identificar el altruismo del ser humano, pero...¿existió alguna vez alguien así?
El pobre pasa por todas las calamidades habidas y por haber (¡quién le manda haber nacido en el período más militarista del Japón!), y siempre está pensando en ayudar al prójimo.
Primero, cuando en 1943 lo envían a supervisar una mina en la Manchuria colonizada e intenta, con la fe del teórico, mejorar las condiciones reales de trabajo de los prisioneros chinos. La consecuencia es que lo sindican como comunista, lo torturan y luego - él pensaba zafar - lo enrolan.








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En el área central del film padece su condición de soldado imperial, incluyendo una sádica fase de entrenamiento humillante -que no sería extraño considerar la influencia decisiva para el Kubrick de Full Metal Jacket-, justificada desde aquel peculiar ultra nacionalismo japonés que hacía del Divino Emperador su símbolo.
Cuando, soldado ejemplar, quiere preservar a los nuevos reclutas de la maldad de los veteranos, también la pasa mal y lo castigan.
Posteriormente, cuando la guerra va terminando, los rusos van tomando posiciones en Manchuria y Kaji atraviesa, diezmado su grupo, zonas de desolación y hambruna.
Siempre intentando ser ecuánime al repartir la poca comida con sus eventuales acompañantes va presenciando el gradual fracaso de su humanismo: las mujeres son violadas, los viejos, los jóvenes y los niños mueren.












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Encima, cuando se entrega a los soviéticos y es obligado a trabajar en condiciones de alimentación infrahumanas, por un gesto solidario recibe de un militar un grito triste e inolvidable:

"¡Samurai fascista!"

El final, cargadísimo, lo muestra al borde de la locura, huyendo convencido de estar dirigiéndose al reencuentro de su esposa Michiko - su sostén espiritual a lo largo del metraje - cuando en realidad va adentrándose en la más cenagosa tormenta de nieve, donde morirá.












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Cuando se termina de ver esta monumental obra, a primera vista se la siente tan dulcemente anacrónica como algunas del inglés David Lean (es decir: aliento épico, narración clásica, cuidadas tomas panorámicas, parrafadas trascendentes, pozos de aburrimiento), pero si se piensa un poco, se termina por entender el lugar que se le asigna en el entramado histórico del cine nipón.
Es que La Condición Humana es casi una anomalía.

"Todas mis películas (...) tratan de la resistencia al poder inamovible"
"Creo que siempre he estado desafiando a la autoridad. Esto ha sido así toda mi vida, incluyendo la vida en el ejército"
Estas palabras del director Kobayashi resultan especialmente adecuadas, en tanto el punto de vista es el de Kaji, el individuo ético oponiéndose a al sacrificio masivo que por doctrina imponían las Fuerzas Imperiales Japonesas.

Y como este personaje es la película, el hecho de que considere (cito de memoria) "al ejército, a cualquier ejército" y no a la guerra como génesis del Mal, impone un matiz fenomenal respecto de todo el cine antibelicista oriental u occidental de esa época. Barriendo tanto a las declamaciones pacifistas abstractas como al nacionalismo colonialista de su país.










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Pero este protagonista absoluto - impresionante actuación de Tatsuya Nakadai - que se desintegra más y más en su vía crucis, es menos Cristo que Nazarin. Su compromiso con los más desprotegidos y su confianza en la humanidad, al ponerse en acto, lo van confinando a un espiral sin salida donde llega a revisar sus convicciones para terminar quedando solo (antes de enloquecer). En definitiva, siempre estuvo solo: muchos primeros planos nos lo habían mostrado encerrado en sí, muchos planos generales lo habían aislado en medio de los paisajes.












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Es curioso, pero sus vicisitudes parecen la ilustración didáctica de una cierta filosofía existencialista que no solemos relacionar con los orientales: el hombre, confinado a su libertad, no puede hacer otra cosa que ejercerla, aun en las circunstancias más terribles, y ese camino ético más de una vez deviene en desasosiego, en pesimismo.

No soy muy afecto al cine bélico, odio la entronización de los estrategas y las batallas interminables. No obstante, sí hay un costado que me interesa: el que plantea dilemas morales, como lo hace Paths of Glory de Kubrick o Furyo de Nagisa Oshima.
A esta corriente no demagógica podría adscribirse el film de Kobayashi, la historia de un ser humano heideggerianamente arrojado en el mundo.




















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2 comentarios:

  1. Casualmente yo estuve viendo una miniserie que sería la otra cara de la moneda que nos contás. Esto es: la modernidad (o post-modernidad, o post-post, no sé, ya me perdí en la maraña de las clasificaciones) adueñándose de un género clásico, tomando sus puntos fuertes (la camaradería, la acción, la construcción de personajes al punto de resultarnos importante saber que es lo que les pasa, soldados que tienen un DEBER que cumplir, seres humanos nobles, inexistentes, la nostalgia), eludiendo los puntos débiles (las parrafadas y los pozos de aburrimiento que tan bien describís) y agregándole la potencia fenomenal que ha desarrollado el mainstream hollywoodense, no sólo en tecnología visual sino en expresividad narrativa que se acumula luego de los cientos de películas bélicas (buenas y malas) que llevan hechas.
    Y así arman un entretenidísimo relato coral de una guerra inventada, apoyada en cada uno de sus 10 capítulos, en el nostálgico y emotivo relato de unos viejitos sobrevivientes (no más de uno o dos minutos, salvo en el capítulo final) en cuyas memorias se ha basado esta ficcionalización de los hechos acaecidos a la 101a división aerotransportada (que no 601). Viejitos que casualmente en 2004 cuando estuve en Francia, volvieron a saltar en paracaídas sobre Normandía recordando algún aniversario del día D.
    Se trata de “Band of Brothers”. Y como diría un entrañable personaje secundario de Luky Luke:


    Enrique V; Acto IV, Escena 3

    And Crispin Crispian shall ne'er go by,
    From this day to the ending of the world,
    But we in it shall be remember'd;
    We few, we happy few, we band of brothers;
    For he to-day that sheds his blood with me
    Shall be my brother; be he ne'er so vile,
    This day shall gentle his condition:
    And gentlemen in England now a-bed
    Shall think themselves accursed they were not here,
    And hold their manhoods cheap whiles any speaks
    That fought with us upon Saint Crispin's day.

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  2. Rody:
    Me es imposible no imaginar la voz de Kenneth Branagh arengando a su desmoralizada tropa frente a los franceses -superiores en número- en "la previa" de la batalla de Agincourt.
    Términos contradictorios en tensa armonía: por un lado el discurso nacionalista asqueroso, y por otro el fervor entusiasta que transmite la prosa de Shakespeare(que casi nos hace sentir que inmolarse puede rozar lo sublime)

    ¿Podés creer que suele usarse ese fragmento para motivar fuerzas de venta?

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