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En el final de Cinema Paradiso, su protagonista asistía emocionado al montaje de besos que la censura había escamoteado a las películas que había visto y amado en su infanto-adolescencia siciliana.
Y hete aquí que a los cuarentones y cincuentones porteños se nos ofrenda un documental con todas las tetas robadas de los films de Armando Bo.
(¡Y en el distinguido Malba!, la vereda de enfrente de los cines rasca donde nos rateábamos para ver Éxtasis tropical o Una Mariposa en la noche).
Algo raro me pasó, no obstante, porque sentí más angustia retrospectiva que catarsis liberadora.
Flaaashbaaackk...
En la ominosa segunda mitad de los 70´s, a los adolescentes se nos transmitía desde medios e instituciones un concepto de lo sexual como asunto non sancto, algo que debía ser ocultado o directamente combatido con, por ejemplo, más vida al aire libre (¿?). Para que nos entendamos: un clima de tradición, familia y propiedad en el contexto de una dictadura.
Nuestros viejos de clase media, pobrecitos, que vivían como problema esa incipiente ebullición hormonal de sus hijos, procedían como creían correcto, ya sea zampándoles una charla rígida sobre cómo protegerse (si eras barón) o cómo abstenerse (si eras mujer), cuando no directamente llevando al machito a debutar.
Del deseo, del placer y del erotismo, de eso no se hablaba.
En la tele, mientras tanto, Porcel haciendo de carnicero miraba libidinosamente a las chicas y todas sus frases de doble sentido connotaban más la represión del espectador que la calidad de un humor inexistente. Al igual que las películas con él y Olmedo que producía Aries en cantidades industriales: bastaba que una chica se les agachara delante para que comenzaran a gesticular y a morderse los labios en grotesca impotencia. Qué gracioso.
Así las cosas, el colegio secundario era el lugar por donde circulaban nuestros embrionarios descubrimientos e intuiciones, un espacio de códigos compartidos en el que el cine, incluyendo sus afiches callejeros, también operaba disparando fantasías.
Y entre colegialas que se confesaban y enfermeras de noche, se hallaba el sitial privilegiado de la Coca Sarli.
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Ella ingenua o ella caliente, protectores y abusadores, arpas paraguayas u organitos de acento melodramático, copias buenas o hilachas de celuloide, nada de eso importaba, lo único, la pregunta que debía contestarnos quien lograba colarse a ver una de sus películas era: "che, ¿se ve algo?"
Porque en la aptitud para transmitir eso a los compañeros de aula -más inventando que transcribiendo- lograba fortalecerse un onanismo en común, tal vez vivido como zona de resistencia.
Y el pubis entrevisto, la teta pudorosa en el fondo del plano y el baño exuberante que a la Coca le hacía vocalizar orgasmos, se terminaban constituyendo en nuestra educación sexual alternativa.
Hasta que cada cual intentara sus propios caminos al conocimiento.
(Yo soñaba con Jane Birkin, su flaco cuerpo de sensualidad indecible, sus labios, el mínimo gesto de su hermoso rostro erizándome la piel. Pero ella estaba lejos del paradigma Sarli de voluptuosidad, sólo existía para mí)
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Vendrían después los años en que ver Carne, Furia Infernal o Fuego significarían para mi generación reírse cariñosamente de las incongruencias del guión, de los planos cortados a los hachazos o de la escasa sincronización entre los diálogos y la imagen ("¡mové la boca, Coca!" - gritó un espectador cierta vez en la Lugones).
Ése es el sentimiento que sobrevuela Carne sobre carne, un guiño con el que es posible comulgar, pero que no debería obturar el recuerdo de la seriedad con la que tantos adolescentes calenturientos tomábamos a Isabel Sarli en una época siniestra de la Argentina (y, decididamente, muy fea para ser joven).
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Se sabe que a partir de dos camiones de mudanza repleto de escenas borradas, cortadas o alternativas, el director Curubeto armó la posibilidad de ensamblar y mostrar momentos nunca vistos de los films de Armando Bo.
Lo que recibimos -dejando de lado reportajes atractivos y ficcionalizaciones chatas - es una profusión de planos de los globos de Isabel Sarli, un atosigamiento ocular de tetas acariciadas, estrujadas o lamidas por los siempre desesperados hombres o por ella misma.
Me hubiera gustado verlas hace treinta años y a cada una en su respectivo film: un contexto para cada seno y resultando la conclusión lógica ante el respectivo amague de desnudez.
Porque hoy, así, ensambladas, amontonadas para su mitificación documental, aquellas tetas pierden su cualidad de deseadas en el recuerdo para convertirse en un efecto más de la disponibilidad global al alcance de un click del mouse. Sin relieve emocional, todas juntas por primera vez pero desinfladas de relevancia.
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Es increíble como los efectos especiales le van ganando al cine. Tetas eran las analógicas!!!
ResponderBorrarEl mito de la Coca se formó a partir de su exhuberancia, pero me parece que más aún por las situaciones que planteaban las películas, por ese carácter prohibido que se les asignó. Siempre la fórmula es prohibir para que automáticamente todos queramos ver. ¿Te acordás cuando la iglesia prohibió la muestra de León Ferrari en el CC Recoleta? Cuando reabrió se llenó de gente... y eso que no estábamos en una dictadura.
ResponderBorrarOlmedo y Porcel son absolutamente olvidables, lo lamento por los nostálgicos ingenuos, pero la gente que les escribía los textos no lo era para nada.
Hablando de cómicos, ¿te acordás de "La Dama Regresa" de Polaco? Qué homenaje tan bizarro. Me reí mucho cuando Federico Klemm la perseguía a la Coca montado en una silla de ruedas y le gritaba: "Aurora, quiero morir en tus tetaaas". ¿Sería Klemm el Olmedo postmoderno?
Sebastián:
ResponderBorrarAhora que lo mencionás, en Carne sobre Carne, la distendida Isabel Sarli 2010 que nos habla en batón y desde el comedor de un caserón decadente, pertenece indudablemente al universo de Jorge Polaco.
Sí, la Coca va deviniendo en Margotita pero ¡que simpática! ¡que inoxidable!
QUE PRETENDE USTED DE MI.....
ResponderBorrarCoca siempre me produjo increibles situaciones, risa, frases celebres ( que pretende usted de mi..... canalla....)doblajes que no coincidian con las imagenes, los modelos increibles de Paquito jamandreu y nunca una erección, pero sobre todo... lo prohibido.
Recuerdo haber ido durante la secundaria a la biblioteca "Manuel Belgrano" de Berazategui era parte de la educacion en una escuela de pueblo, en Ranelagh de los 70 y pico.
Me tenté y con todo el temor del mundo sobre mis hombros, un cuadernito y un libro bajo el brazo, pedi una entrada para ver " La viuda descocada" con La Coca y Pepitito marrone.......
Era un sacrilegio!!!!, secreto, depravado, que nadie se entere, que nadie me vea, jajajajaj
El cine era el "Gran Rex" de Berazategui, reducto mugriento y decadente donde la pulga mas chica te llevaba a dar una vuelta y el pajero mas discreto parecia salido de un libro de Medina y encima no se fijaban que edad tenias cuando tenias el dinero en la mano ( por mas que fueras de pantalones cortos y zoquetes)., lo habia logrado, solo en la oscuridad del cine viendo eso que todos comentaban.
a la distancia me parece un recuerdo tierno solo con 14 años.
Años despues en canal 2 vi toda la filmografia presentada magistralmente por ella misma.
Que buen recuerdo Pablo! A mi me gustaba la Coca Sarli porque tenia la edad de mi mama (creo), pero la Coca se divertia mucho mucho mas. Eso es lo que yo pensaba de chica: "Pobre mi mama, con esas camisas abrochadas hasta el cuello", yo le decia que iba a ser la primera monja judia.
ResponderBorrarLa Coca no tenia que cocinar ni planchar para nadie, la pasaba fenomeno con muchachos muy elegantes, y yo siempre preferia ser como ella que como mi mama, la miraba a una y a la otra y decia: "Ser como mi vieja no es negocio".
Asi que bueno, de alguna manera a las nenas de aquella epoca nos sirvio como contra ejemplo para contrarrestar la imagen de la mama de Mafalda, que al igual que muchas mamas de la epoca, llevaba una vida matrimonial monogamica, rutinaria y tediosa. Brindo por la Coca! (Y la Pepsi, no seamos marqueros)
Un abrazo. Carla