sábado, 5 de diciembre de 2009

Queremos tanto a Coppola (II)

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No lo demoremos más, tenemos que ocuparnos de Tetro, la última de Coppola. Sí, ésa misma, la que perpetró el año pasado en Buenos Aires, la que nutrió columnas periodísticas cuando se robaron la compu con el guión original y durante el rodaje se demoraba el pago de actores y técnicos.


















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El comienzo no puede ser más alentador: en un particular déjà vu de Rumble Fish, la muy contrastada fotografía en blanco y negro enmarca el presente de un joven que llega a La Boca para buscar a su hermano mayor.
(¡Qué bien puesta esa luz rebotando en el empedrado y el encuadre lateral del colectivo 59!).
Pero el hermano admirado no quiere recibirlo, lo cual contrasta con la actitud anfitriona de su pareja, que posibilitará gradualmente que se comuniquen.
La película culmina con un abrazo y una revelación.
THE END.
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¿Eso es Tetro?
No, esas son las dos tapas del sandwich que lo contienen.
Adentro, los ingredientes desbordan, superponiéndose, aplastándose unos a otros y dándole al conjunto una textura barroca pero insustancial.
Apelaré a la técnica de brainstorming para enumerarlos sin el menor criterio de selección previa ni jerarquización (al voleo, como en el film):

- Circundando a los protagonistas de la acción que transcurre en el 2008, se mueve una troupe de porteños que parecen importados de la década del ´40, estereotipos burlescos agitándose entre el sainete y la revista "Rico Tipo".

- Nuevamente en pantalla - basta, por favor - un accidente automovilístico que traumatiza a un personaje.
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- Atractivos fragmentos de Las Zapatillas Rojas y del ballet Coppelia que obran de comentario a un conflicto principal que, de tan inerte, provoca más ganas de seguir viendo esos cachitos bailados que a la película que los cita.
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- Un melodrama familiar con exitoso padre director de orquesta (epa, Carmine, el padre de Francis Ford, también lo era), nocivo y ninguneador de su hijo.

- La placa del mítico café Tortoni introduciendo una secuencia en su interior, en la que caben desde una esperpéntica representación under a cargo de Mike Amigorena -haciendo de Miguel Bosé en una de Almodóvar- hasta la admisión de un perrito en el salón.

- Un intento de homenaje al Fellini autorreferencial de 8 y 1/2 a través de ciertos momentos de puesta en escena y marcación de actores.

- La ronda del micrófono en radio La Colifata mientras Vincent Gallo, reconcentrado, aprieta contra sí sus escritos.

- Música popular, guitarra criolla y fuelle melancólico alternando lo sinfónico operístico, pero cuando cumple años Tetro, irrumpe "feliz, feliz en tu día"

- Los flashbacks apareciendo en colores: a cada espectador le asiste el derecho a imaginar el porqué.

- Maribel Verdú practicando baile con Cariiiiiiiitooo de León Gieco.

- El desciframiento de la obra teatral escrita a mano y escondida por años, con la cámara recorriendo las páginas de palabras progresivamente deterioradas. (Los Marginados, recuerdo, fundía en un solo plano la escritura y el atardecer).







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- Una Buenos Aires de retazos: San Telmo, los jardines del Borda, la 9 de julio y el Obelisco tomados en cámara rápida durante la transición del día a la noche, a la manera de Koyaanisqatsi, también produced by Coppola.
Por lo general disfruto de la extrañeza que captan algunos directores cuando filman o inventan Buenos Aires - Charles Vidor y ese club de juego en Gilda, Wong Kar-Wai y su fotógrafo Christopher Doyle localizando la tortuosa relación gay en Happy Together -, pero el de Coppola, con sus esquinas lustrosas y unas pensiones demasiado prolijas, resulta una maqueta híbrida que, a los fines del relato, podría intercambiarse por, digamos, Helsinki (que también ama el tango).
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- Y nos vamos al Sur en road movie estrafalaria hacia el momento cumbre (de la verguenza ajena): el festival de teatro de la Patagonia.
Ese improbable evento que transcurre en un caduco hotel/mansión digno de un feo film de Torre Nilsson con guión de Beatriz Guido y repleto de personajes que denotan una apolillada concepción aristocratizante de la cultura, bastaría para justificar para siempre las generalmente equivocadas razones de muchos cinéfilos -me incluyo- con las que eluden hasta las buenas obras teatrales. La "onda", el ambiente, ese fugaz cameo de Marta Minujin...

El casting es rarísimo.
Vincent Gallo, el norteamericano que siempre da intenso y al borde de explotar con violencia, el de la fellatio inolvidable en la aburrida The Brown Bunny. Aquí, su tormento debería involucrarnos pero nos es indiferente, no transmite ni piedad.
Alden Ehrenreich, un jovencito actor yanqui que está bastante bien en el papel de muchachito que llega a Buenos Aires para reencontrar a su hermano. Tara mía: no puedo evitar pensar que lo eligieron por su semejanza física y gestual con Leonardo DiCaprio.
El austríaco Klaus Maria Brandauer, el que vendía su alma en Mefisto, posee el adecuado porte de padre aterrador. Sin embargo, sea porque sólo se lo ve en los flashbacks o debido a su particular manera de desplazarse - un estilo más de película húngara o polaca - parece una figura recortada de otro lado.
El elenco argentino, segunda línea en el film, queda limitado a ser una comparsa caricaturesca que ojalá se hubiera podido evitar. No da ni para comic relief, vea.








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Carmen Maura, cuyo carisma imprime un sello personal a cada película en la que participa - piensen sino en su ciclo almodovariano -, entrega su peor trabajo. La crítica cultural que compone era irredimible ya desde el guión: de nombre Alone y con un big moment que consiste en la entrega de los Premios Parricida (!). Amalita Fortabat o Ernestina Herrera de Noble tenían más el physique du rol y lo hubieran hecho mejor.









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Dejo para el final a Maribel Verdú. Más allá de seguir enamorándome desde Belle Epoque, la fresca naturalidad de su actuación, irónicamente termina chirriando en este contexto enmarcado por la densa adustez de Gallo y el grotesco de los vernáculos.

¿Encontrará su público Tetro cuando se estrene en los cines argentinos?
Imagino dos tipos de espectador:
1) El amante del cine, intrigado por la forma en que pudiera haber procesado su periplo por estos lares el director de El Padrino.
2) El farandulero, probablemente deseoso por ver qué hizo la Brédice, la hija de Moria y el de Los Pells.






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Permítame don Francis, con el cariño que le tengo, sugerirle que siga con sus iniciativas vitivinícolas y hoteleras mientras las nuevas generaciones (su hija Sofía, por ejemplo) intentan el cine, la pegan, se equivocan. Usted tiene un problema que a nosotros nos deviene exigentes y autoritarios: carga con la cruz del referente, la de aquel con demasiadas obras maestras en su espalda.
Por eso, pervirtiendo líneas famosas de su filmografía déjeme decirle que para mí Tetro es "el horror...el horror" y que, honestamente, con ella "you broke my heart".

No obstante, vamos a la parte del vaso lleno, al logro involuntario:
El momento más decadente de la trama -el mencionado evento teatral en la Patagonia- tiene como presentadora a Susana Gimenez, lo cual suena perfectamente lógico. Tanto como que en el "cast of characters" de los créditos finales figure como..."herself".
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2 comentarios:

  1. ¿Sin Tinelli?
    ¿Sin baile del caño?
    ¿Sin aboradar el tema de la inseguridad, aunque más no sea mostrando una foto de Abondancieri acompañada de una acusaciónn textual:"La inseguridad no es una sensación"?

    Tanto tiempo pasado en Bs As y no nos entendió ni un poquito.

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  2. Ja, ja, ja! Tus comentarios sobre Tetro me hacen reír de verdad. Pobre Cóppola. Capaz que quiso hacer una película de un ser sufrido, conflictuado, enojado -y con razón- con la vida, que le dificulta todo vínculo amoroso genuino. Y leyendo tu comment (habiendo visto juntos la peli), me suena más a El Conventillo de la Paloma, con personajes grotescos y poco creíbles, de una época de Buenos Aires que ya no existe en la que dificilmente pueda transcurrir un drama digno de ser tratado por el Dr. Paul Weston en In Treatement. Pobre Tetro, que lugar de m... eligió para cambiar de vida!

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