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Cuando los cinéfilos nacidos a principios de los sesenta comenzábamos a cumplir dos dígitos, parte de nuestro paradigma gustativo iba tomando consistencia a partir de lo que hacía un puñado de directores norteamericanos. Martin Scorsese, Steven Spielberg, Walter Hill o Brian de Palma, al reformular cada uno desde su propio estilo la rica tradición del cine clásico que habían mamado, personificaban la figura yanqui del concepto francés de auteur. Y solían deslumbrarnos.
Francis Ford Coppola era, sin objeción posible, el non plus ultra de esa camada de talentos, un tipo dispuesto a cualquier cosa por filmar lo que tenía en la cabeza - gesto romántico que usualmente ponemos en Herzog - y hasta a fundirse él y su estudio para luego emerger y volver a caer.
Francis Ford Coppola era, sin objeción posible, el non plus ultra de esa camada de talentos, un tipo dispuesto a cualquier cosa por filmar lo que tenía en la cabeza - gesto romántico que usualmente ponemos en Herzog - y hasta a fundirse él y su estudio para luego emerger y volver a caer.
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En cuanto a mi bodega particular, digamos que todavía me corre adrenalina en la garganta al recordar su traslado de El Corazón de las Tinieblas a los meandros vietnamitas (simulados en un caótico rodaje filipino): Apocalipsis Now fue aquella película que vi en el cine Broadway 5 días antes de entrar a la colimba y cuyo opresivo efecto, finalizada su proyección, hasta me impidió bajar las escaleras del subte para volver a casa, imaginando inminentes ambientes castrenses en los que todos los oficiales portarían la megalomanía del coronel Kilgore (en un contexto en el cual los enemigos externos eran los chilenos y los internos todos los que no comulgaran con la casta militar).
Más ternura a la distancia me inspira mi sobresalto ante la cabeza de caballo puesta a modo de advertencia en la cama del tipo que no aceptaba negociar con los Corleone. Yo era chico, ostentaba como un blasón cada oportunidad de colarme en una "Prohibida para menores de 18 años", y relataría apasionadamente una y otra vez esa secuencia a mis compañeros de colegio -así como la de la matanza del primogenito Sonny-, pese a no comprender muy bien de qué iba todo el film.
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Breve test coppoliano para "entendidos":
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- ¿Quién duda que El Padrino sentó un precedente y fue la sombra terrible para todo aquel que deseara narrar, en subsiguientes décadas, algo sobre la mafia (guionistas de los Sopranos inclusive)?
- ¿No olemos napalm cada vez que suena La Cabalgata de las Walkirias?
- Gene Hackman, el espiador espiado destrozando su propio apartamento en busca de micrófonos, ¿no ejemplifica mejor la atmósfera Watergate que la literal (¡y dos años posterior!) Todos los Hombres del Presidente?
- ¿Con quién te identificabas a principios de los ´80: con Rusty James o con el Motorcycle Boy?
- ¿Alguno de ustedes ha suspirado - como yo - con la embriaguez neónica de Vittorio Storaro al servicio de una típica comedia musical de rematrimonio (él y ella se pelean/viven una aventura amorosa nocturna por separado/se vuelven a juntar), situada en una Las Vegas especialmente construída y más verdadera que la original, en la injustamente ninguneada One from the Heart?
- ¿Quién puso la plata para distribuir la infinitamente plagiada American Graffitti y para que Kurosawa pudiera filmar Kagemusha?
- ¿Ha logrado alguna vez otro director tal sutileza para una autobiografía de sí mismo como emprendedor utilizando la biografía real de otro, en ese cuento moral llamado Tucker?
- ¿No logra Coppola, con su visión y sus traiciones al original literario de Bram Stoker, al film de Tod Browning y a la sangre pintada del sello Hammer, la mejor, la más arrebatadora Drácula de la historia del cine?
Muy entusiamante hablar de todo esto pero, tristemente, it´s all gone now .
Vimos su reciente Tetro.
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(Al final, no somos muy distintos que los fanáticos futboleros que prefieren mirar con nostagia el pasado en lugar del presente de sus equipos)
(continúa aquí )
La simple (o compleja) forma de mirar una película nos define de manera inapelable.
ResponderBorrarMientras al encontrarte con la cabeza emergente de Kurtz saliendo del agua tu angustia pasaba por ser su víctima, la mía siempre fue la de Martin Sheen: la de convertirme en Kurtz.
Mientras de allá hasta aquí has formado una familia bella, que no perfecta, (de acuerdo a tus deseos) y te has convertido en un ejecutivo, digamos que existoso, de una multinacional próspera (más de acuerdo al azar que a tus deseos, pero siempre a causa de tus méritos), yo avanzo en el camino de la insanía a paso firme a la vez que trabajo en estudios herméticos que bordean lo abstracto y que a (casi) nadie interesan.
¿Quien precisa de adivinos mayas existiendo el horóscopo cinéfilo?
Rody:
ResponderBorrarPara mí, la locura de Kurtz era una supuración de la irracionalidad yanqui en Vietnam. El tipo era una metáfora viviente muy peligrosa a la que había que eliminar y los que mandaban en esa misión a Willard/Sheen así lo entendían.
Por eso los que realmente me atemoriza(ba)n son los Kilgore, los fascistas seguros de sí mismos que en nombre de sus "causas" son capaces de barrer con todo (y todos).
¡Y en ese momento nos gobernaban!
Pasando a otro ángulo de la información: no subestimemos a los adivinos mayas, puesto que - como dicen los afiches de 2012 (y hay que creerles): "Fuimos advertidos".