jueves, 29 de octubre de 2009

La irresistible catársis del documental en primera persona

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(A propósito de Irène de Alain Cavalier, vista en el DocBsAs)



Buscamos figuras ausentes en los lugares que habitamos hace tiempo. Volver a esos espacios a veces duele, pero quién dijo que sufrir no nos justifica.
Y nuestra mirada es una cámara subjetiva (¿cómo podría no serlo?) que resignifica en el presente todo objeto que revisitamos, cotidiano en el pasado, enigmático u ominoso ahora.

En Irène, Alain Cavalier toma una cámara digital para recuperar a la mujer que amó cuarenta años atrás, pero para exorcizarla. Porque Irène, que murió en un accidente automovilístico, no es un fantasma adorable, sino una deuda, acaso una culpa. De ahí que filmar cuadros, casas, camas o baños que compartieron sugiera en su pulso un temor reverencial a enfrentarse con lo que realmente sintió en la época previa a esa desaparición: la necesidad de alejarse, de no estar más con ella.

En Paris o en Lyon, mientras duda acerca de la forma de poner en escena toda esta pesada cuestión e imagina a una Sophie Marceau idealizada para el papel, supersticioso, decodifica un porrazo en la escalera mecánica o un edema como señales para no hacerlo.
Y también le pide perdón (a contraluz, en uno de los pocos momentos en que no somos sus ojos).

Hay algo de religioso en todo esto al sumársele, además, la palabra irrevocable de unos diarios íntimos escritos por Cavalier a principios de los 70´s, y que amaga quemar... pero termina venerando devocionalmente con su cámara.
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