viernes, 6 de marzo de 2009

Un plano vale más que mil palabras

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¿Para qué abundar en la pasión que me genera “Las Señoritas de Rochefort”, si ya escribí un homenaje al respecto acá, y la vengo mencionando en un tercio de los posts?
La respuesta: como sucede con toda gran obra, en una segunda o tercera visión seguimos descubriéndole cosas.

En esta ocasión no me propongo ahondar en su madeja dramática, ni en la embriagadora puesta en escena, ni en Michel Legrand y su música. No, niente.

Sólo quiero detenerme en un plano. Concretamente, el que puede verse aquí abajo.


Es que, parafraseando el título de lo que están leyendo, esta imagen en plano general resume, en sus pocos segundos en pantalla, toda la información contextual necesaria -y más- para ubicarnos en el lugar geográfico y el momento histórico en que transcurrirá el relato. Un resumen perfecto, sin palabreríos ni sobreexplicaciones, que será el trampolín hacia el agridulce cuento de los amores desencontrados.

La vemos, aproximadamente, a los cuatro minutos del inicio.

El film comienza con títulos en negro, sonidos de gaviotas, campanas, ladridos, y una primera imagen del puente de Rochefort - tan siglo XIX, tan torre Eiffel - al atardecer.
Luego, de los camiones y las motos que van a atravesar el puente vía transbordador, bajan los sonrientes bailarines - Legrand anticipa el clima con un pianito jazzero – que se estiran, se preparan y comienzan a bailar, con el título principal sobreimpreso. Cuando el buque los transborde a ellos y a sus vehículos, se abra la barrera de entrada al pueblo y un rótulo indique "vendredi matin" (viernes por la mañana), la música se irá desvaneciendo para dar preponderancia a los ruidos de los motores, de los galopes, etc, y la cámara girará 90° acompañando la entrada de los camiones por la ruta hacia la ciudad.

En este punto, el susodicho plano de referencia:
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Construido simétricamente, presenta una línea imaginaria que divide las dos direcciones de la ruta oponiendo soldados y feriantes, y a todos los enmarca con un pasacalles, que también nos pone en situación: es la fiesta del mar en Rochefort.

El paisaje arbolado y las pocas casitas bajas, que también encuadran por ambos lados a estos sujetos colectivos, sugiere parsimonia, somnolencia pueblerina; podría decirse que el paso militar, con su disciplinado ritmo mecánico visible y audible, encaja perfectamente en esa armonía geométrica.

Pero el elemento vital, irregular y caótico por definición, rompe la uniformidad rectilínea del cuadro: los feriantes con sus caballos, sus camiones, sus lanchas y su dinamismo llegan a la fiesta, expulsando simbólicamente a los soldados, que marchan en sentido contrario. Notamos que algo chirria, que no pueden convivir, y que, al menos hasta que finalice la feria, Rochefort olvidará el sopor y estará tomada por la alegría.

Visto en el conjunto general de toda la obra, ese plano se olvida rápidamente; sin embargo, como un arquitecto discreto, ha puesto el cimiento sólido sobre el que se edificará la historia que Jacques Demy nos tiene reservada. .

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