sábado, 15 de enero de 2011

Tron con amigos

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Algo espantoso se activó en mí ante el banner de una página que anunciaba el estreno de la remake de Tron. Como si una voz metálica de robot oxidado sentenciara "¡activated!" , comenzó a sonar y a rebotar por las paredes internas de mi cráneo la banda sonora que Wendy Carlos compuso para la original de 1982. Si hubiera hecho el esfuerzo no la hubiera recordado, pero los resortes del inconsciente son inescrutables, tanto como los caminos del Señor y las magdalenas proustianas.
No se malinterprete: recuperar esa combinación de orquesta con sintetizadores moog y coro me había alegrado el día e incrementado mi repertorio de, llamémoslo, "música épica para tararear"; el problema reside en que ya va casi un mes y aún no me la puedo sacar de la cabeza.
Seguro que hay un término médico para esta forma de neurosis.

Fuera de la flagelación melódica, tampoco es cuestión de subestimar la perplejidad que nos había agarrado al grupo de amigos que habíamos visto juntos esa Tron: argumento y diseño de producción, brillantes, película...¡aburridísima!
Sin embargo, con la pizza post cine, en el año de la Guerra de Malvinas, increíble, estábamos teniendo nuestras primeras charlas sobre realidad virtual, ¡a propósito de una de Disney!
(Nota: en aquellos tiempos, si tenías 21 años y no tenías hijos ni sobrinos de coartada, confesar que habías entrado a ver algo supuestamente "para chicos" implicaba ser caratulado como raro, socialmente sospechoso)
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Jeff Bridges hacía de Kevin Flynn, un programador de juegos arcade abducido por una computadora, y lo que seguían eran sus aventuras en un mundo digital habitado por programas a imagen y semejanza (fluo) de las personas del mundo real. Combates con frisbees-búmeran, motos luminosas que dejaban estelas sólidas como muros. No mucho más recordaba de la experiencia, además de haber jugado luego la adaptación de esos jueguitos y, por supuesto, la música (que, ay, comienza a sonar de nuevo).

A dos décadas y media de ese estreno barrido debajo de la alfombra -ET y Blade Runner eran del mismo año: no tenía oportunidad-, su "leyenda" como primera producción repleta de efectos digitales e introductora de conceptos y jergas adelantados a su época arrojó una secuela. Sólo la escualidez de la cartelera estival y la posibilidad de escaparse un rato hacia la adolescencia, hicieron que prendiera la propuesta de un amigo de ir a verla.
"En posición", decía el mensaje que me envió para avisar que ya estaba esperando en la puerta del Monumental, y enseguida pensé que el espíritu de la salida se resumía admirablemente en ese pequeño texto. Lavalle, la calle de los cines de nuestra infancia se sobreponía a su actual apatía y volvía a convocarnos a la aventura.
Hasta tenía sentido decantarnos por la versión 2 D.

Pero todo mal. ¿Por dónde empiezo?
Como, virtualmente, resultó tan aburrida como Avatar, la fui procesando durante la mismísima proyección.
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Tron: legacy es, desde lo argumental, inconsistente, y desde lo ideológico, pura hipocresía.
La historia retoma el ambiente de la anterior. Sam Flynn, el hijo del Kevin Flynn de la primera, es un joven hacker que cada tanto hace un statement terrorista contra la Corporación que integra: si esto es contradicción del personaje o de la trama, vaya uno a saber...
Él, como todos nosotros, está a favor del software libre.

(Doble estándar al ataque: Disney, adalid de los juicios anti-piratería, nos hace identificar con el héroe hacker que quiere dinamitar los derechos de propiedad, ¿purga con esto su mala conciencia respecto de aquello que combate?; ¿no actúan de la misma manera los países más contaminantes en los foros sobre calentamiento global?)

Sam recibe un “llamado” del más allá, pero no de la muerte (como en El Rey León) sino del mundo de inside of the computer, el de Tron. Ya succionado hacia ese no-lugar habitado por programas enfrentará la dictadura de Clu, la versión virtual joven y mala de su padre, una que se propone invadir el mundo de los usuarios, el real, arrastrando en hitleriano gesto multitudes de programas corderitos.
A su progenitor desaparecido 20 años atrás también lo encontrará allí, viejo, sabio y exiliado en la periferia de su propia creación (encarnado nuevamente por Jeff Bridges: Dude, Yoda y el señor Miyagi, todo en uno).
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Entonces: el hijo bueno versus el hijo malo, los usuarios que sangran versus los programas que estallan en hielos rolito, los azules contra los rojos, la rubia y la morocha, la vuelta de los frisbees y las motos lumínicas. ..
¿Para esto tantos guionistas? ¿no podían incorporar un juego nuevo a los dos repetidos? ¿ni delinear personajes femeninos sci-fi por fuera del paradigma Milla Jovovich?
Más a señalar (aunque a esta altura del cine mainstream sea una batalla perdida): un diseño de producción no es una película; por caso, al rato de acostumbrar la mirada al universo visual de Tron, sus geometrías de neón impasible sólo ocasionalmente captan la atención (o la abstracción).

En el fondo, molesta la ausencia de aventuras y diversión, su ristra de partes sueltas alternando el acelere con el trascendentalismo berreta.
Ni siquiera la secuencia en la disco, que amaga un momento de comedia con fauna pop, deja de ser plomiza; acaso el director Joseph Kosinski cree que para comic relief basta con poner a un estrafalario personaje aludiendo a Casablanca e imitando a Chaplin; ¿recordará cómo funcionaba en el contexto argumental la taberna multiétnica de la vieja Star Wars?

Pero soy injusto y tal vez la culpa fuera toda de mi expectativa.
Y del doblaje en húngaro:
Fuimos sorprendidos en nuestra buena fe, ningún espacio del cine advertía que veríamos una copia sin subtítulos. No obstante, aceptado el despropósito, estamos seguros de que eso que apenas alcanzaba a escucharse obturado por el monumental score estaba lejos del castellano.



En este 2011 y ya hace rato, la calle Lavalle a las 10 de la noche de un día de semana es una tierra de nadie, y reforzó la desazón por las dos horas perdidas. Un impulso vital hizo que rápidamente nos alejáramos del lugar y quedáramos en encontrarnos en una pizzería de Villa Crespo con un tercer amigo.
No hay cansancio que doblegue la intensidad de algunos encuentros, y mientras le dábamos a una Grande Cuatro Gustos, las vicisitudes de la compra y mudanza de Horacio a una casa de San Telmo, la inminente nueva paternidad de Mogui y los ribetes absurdos de una tarea precisa que estoy haciendo para la corporación que me emplea, materializaron un ambiente de risas, emociones y ansiedades.
Que se puso más hermoso cuando, espontáneamente, se dejaron caer para el café nuestras mujeres.
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Aventuras en la vida real, nada virtuales, nada Tron.
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Las fotos:
1- Viejo cassette que me costó encontrar en el altillo y que el tiempo deshilacha.
2- La primera Tron (Steven Lisberger, EEUU, 1982)
3- La segunda. Tron: Legacy (Joseph Kosinski, EEUU, 2010)
4- Ídem 3
5- La actual calle Lavalle
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