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Hay toda una industria que se dedica a elaborar videos utilitarios para la capacitación en las empresas; suelen versar (o "versear", vaya uno a saber) sobre Trabajo en Equipo, Liderazgo, Comunicación Interpersonal o Negociación, e incluir animación, gráficos y, la opción más recurrente, casos para analizar a partir de microficciones de dudosa originalidad actuadas por "actores" de madera.
En general, esos videos enfocados a un fin específico son tan rematadamente didácticos y unidimensionales, que siempre resulta más fresco y atractivo para los participantes de un curso encontrarse con el fragmento de una película más o menos conocida con Al Pacino, Kevin Spacey o similares: ¡empatía inmediata y buena predisposición garantizadas!
Esto los capacitadores lo sabemos y siempre estamos a la pesca de hallazgos que se adscriban a este género secreto (¿"films a los que los forzamos a ser funcionales"?)
Como todavía falta un poco para "domar" alguna secuencia de David Lynch, de Theo Angelopoulos o de Lisandro Alonso (es broma, por suerte para ellos), siguen circulando "clásicos" inoxidables. Algunos:
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- Glengarry Glen Ross, de James Foley, basado en la homónima pieza teatral de David Mamet, tiene una constelación de estrellas masculinas (Jack Lemmon, Alan Arkin, Pacino) en roles de managers o vendedores en una empresa de bienes raíces. Lo que dispara el conflicto es la visita a la sucursal de un agresivo directivo de Casa Central (Alec Baldwin, en su mejor papel dramático antes de reciclarse en comediante) que los humilla por sus bajas ventas, los amenaza con el despido, y les hace desear una base de clientes calificadísimos que el supervisor (Kevin Spacey) sólamente entregará a quien traiga más resultados comerciales.
Esta secuencia se ubica casi al comienzo y todo lo que pasa después de esa reunión será consecuencia de la adrenalina (o el miedo) de los personajes.
Muy útil para hablar de las diferencias entre un Jefe y un Líder, la motivación del vendedor, el cumplimiento de objetivos, el planeamiento, etc.
Lo irónico es que, si en lugar de apagar el cañón proyector cuando termina esa parte se pasara la película hasta el final, lo desmoralizante de la historia y, en especial, su resolución, sumiría a los participantes en tal angustia que los haría (mínimo) replantearse o (máximo) renunciar. Porque la presión por los resultados genera monstruos y esa empresa de ventas es todas las empresas.
Mamet trabaja como pocos las trampas del lenguaje utilizado como instrumento de poder, así como las jergas de cada ambiente; y aunque a veces se pase de rosca con las vueltas de tuerca cuando escribe o dirige, resulta un pesimista convincente.
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(continuará)
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