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Hace un par de días me convocaron a un workshop corporativo sobre liderazgo en el salón "Tango Porteño", sito en Cerrito 570.
Apenas llegué allí un lagrimón me asomó en el alma.
Porque no mucho tiempo atrás, ese lugar ahora refaccionado para el compromiso con objetivos y el turismo for export, era el cine Metro.
Allí vi Trama Macabra de Hitchcock (exhibición eternizada en la tapa del disco "Películas"), E.T. de Spielberg (dos veces en la misma semana de su estreno) y, más cerca en el tiempo, pletórica de bella furia technicolor, Moulin Rouge.
Una locación para emociones puntuales cuyo centro neurálgico fue todo un acontecimiento personal: mi primer beso. (La peli era El Expreso de Chicago y salía Gene Wilder, pero no pregunten más, nunca supe de qué trataba).
¿Recuerdan aquella tira en la que a Mafalda se le caía de la mesa el globo terráqueo y declinaba su cotidiana reflexión pesimista con un "hoy no tengo ganas"?
La traigo a cuento porque, parafraseándola, lo mismo digo.
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