La luz cae vertical y pone blanco en la habitación desprovista de objetos, si exceptuamos la silla en que me siento (tan endeble una de sus patas, como enclenque la mesa que soporta el cuaderno donde garabateo estas palabras).
Decía, entonces, una lamparita colgando del cable perpendicular al techo, tan humilde como efectiva; acaso meciéndose levemente debido a una brisa que pugna por suavizar la mañana de verano.
La habitación, la luz y un silencio íntimo.
Pero yo no estoy allí.
Regurgitado hacia la calle por el subterráneo e ignorado por el magma del que formo parte, me dirijo ¿adónde?: no necesito pensarlo, me llevo solo.
Y la analogía es perfecta: el encapotado emergía en un batimóvil que no sólo conocía palmo a palmo el recorrido a Ciudad Gótica sino sus vicisitudes (la salida camuflada, el falso cartel). Lo mismo: conozco cada baldosa, las áreas a esquivar, dónde mantener un instante la mirada baja para no saludar a nadie, cómo posibilitar la conjunción caminar/leer sin que exista un alrededor que estorbe la posibilidad del goce de unas páginas más entre la salida de la estación y el destino laboral.
Todo ese remanente de calidad de vida se completa con eventuales pulsiones eróticas espontáneas, que irrumpen por roces casuales o por el pinchazo de un recuerdo que no necesita de la mente – abstraída en el libro – para accionar el mecanismo y erizarme la piel.
El calor, el zigzag intuitivo, el olor, la complicidad automática y desdeñosa de todos ante los que piden algo (¿monedas?, ¿mejoras salariales?, ¿visibilidad?), los titulares leídos al sesgo, la colonización visual y auditiva.
Nunca quiero comprar, nunca quiero el comienzo “oficial” del día.
Y es con estos pensamientos intrusos que la vida porfía en arrebatarme los últimos segundos de disfrute entrópico, porque ya estoy en las baldosas que sostienen la gigantesca torre corporativa para la que trabajo. Aquí es donde el psicodélico Batman de la infancia muta en el Dark Knight de Frank Miller: un Vigilante que posee una ciudad a la que ve en toda su dimensión panorámica desde el alero del piso 43, a la que observa en toda su dimensión entomológica: puro hervor expresado en calles y avenidas, torrentes sanguíneos hormigueando en cámara rápida.
Con la mano haciendo visera miro hacia arriba intentando ubicarlo antes de entrar al edificio, pero el sol me daña los ojos y, además, me empuja la marea humana.
Me basta con imaginar que allí está, necesito sentir esa última muesca fantástica antes de colgar en un perchero mi individualidad y retirarla a las 18:00 horas.
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Dear : tu blog ya es fuente de consulta.
ResponderBorrarPlease : incorporá , para que lo deba consultar día a día "¿que se puede ver en cable en la semana?" Sino me estaré perdiendo, como hasta ahora, joyas que tu ojo avizor no dejaría pasar.... Un abrazo Dr Mirocznyk
Dr Mirocznyk:
ResponderBorrarCircustancialmente - vacacionalmente - en San Martín de los Andes, me encuentro disfrutando de vistas en cinemascope e imposibilitado,al mismo tiempo, de acceder a las (no)maravillas rectangulares de la caja boba.
Por otra parte..."¿fuente de consulta?","¿ojo avizor?" ay, retírese joven, que me compromete...
Un abrazo Dr, y gracias por comentar.
Hola Pablo! ¡Qué maravilla! Yo de ahí vengo... del curso aquel, pero no voy a amargarte con esas cosas, sólo decirte que tuve ganas de que estuvieras ahí (por sádico y egoísta que parezca) para no sentirme tan perdido.
ResponderBorrar¡Qué lindo este texto! Por supuesto, me sumo a la propuesta para escribir acerca del Bafici.
Un abrazo! espero que la estés pasando genial! Sebas.
Sebastián:
ResponderBorrarComo quien pone un piecito en el mar antes de decidir tirarse, de a poco me animo a postear otro tipo de textos (aunque, claro el background siempre destilará cine).
Que éste te haya gustado/interesado es una gran alegría para mí.
Abrazo.